Monclovita la Bella Historias Por: PROFESOR Manuel Limon Tovar
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![]() ![]() enviada por Aranda los esperaría en Baján para hacerles los honores y acompañarlos en su trayecto hacia Monclova. Como precaución en caso de que el plan fracasara, José Melchor había abastecido de caballos, armas y provisiones a los oficiales prisioneros por Aranda, a fin de que pudieran huir a Chihuahua a través de las montañas. hermanos Vázquez Borrego, quienes a su vez se ofrecieron colaborar con los recursos a su alcance. En el valle de Santa Rosa conferenció largamente con los tenientes coroneles Salcedo y Herrera, con su cuñado Royuela y demás oficiales. En está junta se acordó llevar acabo la contrarrevolución en 2 etapas. La primera aprehender al gobernador Aranda y a su gente. La segunda, avisar a los jefes insurgentes que una fuerza supuestamente Se envió a don Ignacio Elizondo a Monclova para que junto a Tomás Flores y el comandante Rábago, dirigiera las operaciones, Mientras tanto, José Melchor y su tío, el cura prudentemente permanecerían en Santa Rosa a la espera de los acontecimientos. Aranda Prisionero El domingo 17 de marzo, mientras Elizondo hacia su entrada a Monclova, a las 7 de la tarde, la columna insurgente preparaban su campamento en la hacienda de Mesillas. Reunidos en una junta extraordinaria en la casa de Don Tomás Flores, el comandante Rábago, el capitán Macario Vázquez Borrego, Vicente Flores (hijo de don Tomás) Faustino Castellanos y otros vecinos del lugar, escucharon a Elizondo sobre los acuerdos tomados en Santa Rosa. Por la premura de la situación y la aproximación de las tropas rebeldes, se decidió dar el golpe esa misma noche. El gobernador Aranda, por su parte, como ya era costumbre en él, andaba de parranda por las calles de Santiago de la Monclova acompañado de 17 oficiales y con una guardia de 4 soldados con el arma al hombro. Entretanto, don Tomás Flores y el comandante Rábago, con oficiales y soldados de su confianza, sorprendían y capturaban a la tropa del palacio y del cuartel y sustituían a los guardias con sus hombres. Vicente Flores, que a prudente distancia los había seguido, decidió incorporarse al alegre grupo, proporcionándoles mayor cantidad de aguardiente y encaminándolos a la casa del simpatizante realista don Ignacio de Castro, donde les aseguraban que podían continuar su festejo. Algunos cronistas dicen que dicha casa estaba ubicada en el callejón de la Soledad (hoy calle Juárez cruz con calle Soledad) Casa donde fue aprendido don Pedro Aranda (calle Juárez) y callejón de la Soledad. Entrada la noche, cuando ya el gobernador y sus acompañantes se encontraban completamente borrachos, apareció don Ignacio Elizondo con 20 hombres armados y al grito de ¡mueran los traidores!... ¡viva el rey! Penetraron en el salón del baile espada en mano; y aunque Aranda y algunos oficiales pretendieron defenderse, les fue imposible hacerlo por el gran tumulto de familias que se formó al oír los disparos de armas de fuego que hacían en el zaguán de la casa, de los que resulto muerto un oficial y gravemente herido un paisano. Aranda y nueve oficiales que lo acompañaban se rindieron y entregaron sus armas y maniatados fueron conducidos a la cárcel, donde quedaron presos y vigilados con doble guardia y centinelas de vista. Don Pedro Aranda desde el principio de su campaña mostró suma desconfianza de las tropas presidiales que se habían unido a los insurgentes y sin embargo, no adoptó precaución ninguna contra ellas, lo que dio por resultado que Elizondo, ayudado por esas tropas lo hiciese prisionero la noche del 17 de marzo de 1811. A partir de ese momento grupos de jinetes recorrían los caminos que convergían con la villa para evitar la salida de cualquier persona que pudiese alertar a los insurgentes. El día 18 por la mañana varios grupos de hombres de haciendas y rancherías vecinas llegaron a la villa, entre ellos don Nicolás Elizondo (hermano de don Ignacio). Todos estos voluntarios se agregaron al campamento que se había levantado a las afueras de la población. Igualmente se enviaba a este lugar todos los caballos, armas y provisiones que pudieran obtenerse. Los hombres que lograron reunirse en Santiago de la Monclova totalizaban 394, saliendo rumbo a Baján el día 19 de marzo de 1811. El comandante Rábago y don Pedro Nolasco Carrasco, con un reducido contingente, permanecieron en Monclova custodiando al gobernador Aranda y demás prisioneros. Parroquia de la hacienda Santa María cerca de Ramos Arizpe Salen los insurgentes de Saltillo El sábado 16 de marzo, muy de mañana salió la columna de insurgentes, rumbo a San Antonio de Bejár. Era una enorme e improvisada caravana compuesta por carretas y mulas que transportaban barras de oro y plata, moneda acuñada, joyas, insumos y cañones, arrieros y coches donde viajaban los jefes eclesiásticos y mujeres. Esta primera etapa llevó a Hidalgo y a algunos de sus jefes hasta la hacienda de Santa María (última Iglesia en donde entró el cura Miguel Hidalgo, está situada cerca de Ramos Arizpe) en donde pasó la noche y al amanecer del día 17 reemprendieron la marcha, subiendo por la pendiente escabrosa de la Cuesta del Cabrito, el camino se volvió arduo y penoso, se desbarrancaron mulas, ejes y ruedas de carretas y cureñas se rompían. Algunos grupos de soldados y coches ligeros se adelantaron al más pesado de la caravana, se perdió definitivamente la formación original del la columna. Mulas desbarrancándose Por la tarde de ese día, los primeros en desordenado tropel llegaron a la hacienda de Mesillas. Los rezagados, lo hicieron durante el transcurso de la noche. El lunes 18 continuaron su camino desorganizadamente a través de la llanura, aquello parecía más una caravana de refugiados, que un ejército en marcha. Los más avanzados llegaron a la hacienda del Anhelo. La histórica hacienda del Anhelo donde paso el Cura Hidalgo rumbo a Monclova.Tenia 50 habitaciones El grueso de las fuerzas, solo alcanzó a llegar a Paredón. El día 19, a través de altos crespones y profundos desfiladeros, avanzaron fatigosamente 40 Km., entre la sierra del Anhelo y la escarpada cordillera de Ambrosio, hombres y bestias agotados y sedientos, llegaron a la miserable y árida ranchería de Espinazo, el agua que ahí encontraron era escasa y hedionda. Miércoles 20, cuando aún continuaban llegando los cuerpos de retaguardia y lo más lento del convoy, los primeros grupos avanzaron 23 Km., hasta el punto denominado la Joya. Así la noche de ese día 20, los campamentos insurgentes, se extendían a todo lo largo del trayecto que existe entre Espinazo y la Joya. Agobiados por el cansancio, sed y hambre, todos esperaban ansiosamente la llegada del nuevo día con la seguridad de que en el próximo sitio de campamento, tendrían a su disposición toda el agua que deseaban y ese punto era Norias de Baján. Un espía de nombre Pedro Bernal llegó sin dificultades al campamento preguntando por Mariano Jiménez. Entregando la misiva y leyéndola Fray Gregorio donde Uranga le participaba a Jiménez encontrarse en Baján con una fuerza de 150 hombres en espera de su llegada, tal como lo había solicitado. El correo prosiguió su camino hasta depositar en manos del jefe insurgente el mensaje que portaba. A las preguntas de don Mariano sobre la situación en Monclova, Pedro Bernal le contestó que en Santiago de la Monclova se había preparado una cálida bienvenida, recogiendo también la información de la disponibilidad de agua en Baján, de que esta era suficiente para la multitud de insurgentes, y sugirió que llagaran a Baján en intervalos para facilitar la extracción de agua del pozo, además se pidió que los principales jefes insurgentes estuvieran en el primer contingente y así pudieran saciar su sed y seguir su camino hacia Monclova, sin ninguna dilación, Jiménez acepto la sugerencia. “Cabe mencionar que este contingente según algunos historiadores, traían 220 mulas cargadas de oro, plata, joyas y moneda acuñada con un peso aproximado de 22 toneladas, destinado este tesoro en la compra de armas en los Estados Unidos.” Fray Gregorio de la Concepción Fray Gregorio de la Concepción con un ayudante, dos oficiales y un soldado, se había adelantado al resto de los insurgentes, y estaba a tres o cuatro leguas de Baján, descansando aquella tarde del 20 de marzo de 1811. En eso llegó un hombre a caballo me saludo con mucho agrado, dice fray Gregorio, lo mandaba Elizondo para avisar que mandara la tropa en partes porque escaseaba el agua en Baján. A las 8 de la noche del mismo día llegaron 4 soldados ante el grupo del fraile y les entregaron guajes con agua y unas gorditas rellenas de queso, con un recado de don Ignacio: diciendo que al día siguiente lo esperaba en Baján. La noche era de luna llena, fray Gregorio se acostó a dormir. No por mucho tiempo. A las 4 de la mañana de ese fatídico jueves 21 de marzo, despertó a sus hombres y tras beber el obligado chocolate inició la marcha hacia Baján” No se que tenia mi corazón que en nada hallaba consuelo (escribía en su diario veinte años más tarde) Por fin salí muy triste y como a las dos leguas me dijo uno de mis oficiales que ya se veía venir tropa de Baján” siendo el grupo de fray Gregorio los primeros en caer en la emboscada. Lugar de la emboscada (Acatita de Baján) fotografía tomada en el 2001por el Dr. Jorge Villarreal. Por su parte Vicente Flores relata: vimos acercarse al salir el sol a un carmelita (fraile de la Orden del Carmen), a un muchacho de doce años, al teniente Joaquín Rodríguez al alférez Jesús Rodríguez y a un soldado. Continúa en su diario fray Gregorio: ya estábamos a tiro de fusil hizo alto Elizondo y formo a la tropa presentándome armas y con sombrero en mano me saludo echándome de excelencias y preguntándome por los señores generalísimos. Me pusieron cuatro batidores y toda la tropa a mi espalda, colocando a cada uno de mis soldados en medio de dos de ellos y así que caminamos un cuarto de legua me dijo Elizondo que me diera preso de parte del señor obispo de Monterrey…. Me tomó las riendas del caballo y me dijo con mucho rigor le entregara la cartera en que venían mis títulos, ordenes, licencias de confesar y los de general etc. Le supliqué a Elizondo que por amor de Dios no manifestase algunos papeles, pues a más de haberme cogido con las armas en la mano, tenia yo a los padres del Carmen por mis mayores enemigos y que sin duda perecería: que se acordara de tantos favores como yo les había hecho y me prometió con juramento que no les daría a la luz y que aún pondría en el parte que el prisionero había sido un padre de la Merced, y así lo hizo delante de mi. La captura El jueves 21, por la madrugada, Elizondo desplegó la mayor parte de su grupo a lo largo y a los lados del camino como si fuera una guardia de honor, como el camino daba vuelta a una colina, los realistas podían hacerse cargo de cada contingente rebelde sin alertar a aquellos que se venían acercando. (Dicha colina se le conoce en la actualidad como loma del Prendimiento.) Tras la colina y en la planicie que había después del recodo se situó don Tomás Flores con el resto de la gente. Le siguió minutos más tarde un pequeño grupo comandado por un teniente originario de Santiago del Saltillo apellidado González (Según investigaciones que hizo en 1953 el ex gobernador Oscar Flores Tapia, el nombre de González era Alejandro) que al pasar la columna de Elizondo, fue intimado por Vicente Flores a entregar las armas. Lejos de hacerlo González contestó que a él no lo detenía cualquiera porque era señor oficial y no recibía orden de nadie, siguió luego un intercambio de palabras, que terminó en un duelo, pues González y Flores sacaron, las pistolas al mismo tiempo, pero mientras González erró el tiro, Flores si logro herir a su rival, y al caer al suelo lo remataron los soldados. Los demás soldados se rindieron. En seguida venían los coches con largos intervalos de tiempo entre cada uno de ellos. Los cuatro primeros eran ocupados por clérigos y mujeres. Loma del prendimiento (Acatita de Baján) mudo testigo de los trágicos sucesos acaecidos aquel 21 de marzo de 1811 Ignacio Allende Indalecio Allende Muerte del Hijo de Allende En el quinto coche viajaban los generales Allende, Jiménez, Arias, don Juan Ignacio Ramón, Indalecio, hijo natural de don Ignacio y una mujer llamada Antonia Herrera. Indalecio se negaba a usar el apellido de su padre y se nombraba Indalecio Herrera que era el apellido de su madre. Nacido en el año de 1791. La identificación de estos la hicieron ante Elizondo los dos oficiales que momentos antes habían sido capturados con fray Gregorio de la Concepción. A una seña de Elizondo, Vicente Flores y su gente rodearon el coche y les ordenó entregar las armas en nombre del rey. Allende abrió fuego con su pistola, la respuesta fue una descarga hacia el interior del coche que mató a Indalecio e hirió gravemente al general Joaquín Arias muriendo tiempo después. El cadáver del joven Allende por suplicas de su padre y del señor cura Hidalgo, fue trasladado a Baján donde se le velo toda la noche. El general Arias que llegó a ese lugar en agonía, recibió los auxilios y murió cristianamente como a las 11 de la noche; y al día siguiente en las primeras horas de la mañana, fueron sepultados los dos cadáveres en una misma fosa que se mandó abrir en la esquina sudeste de la muralla, teniendo el joven Allende una herida sobre el ojo izquierdo, y el de Arias rota la pierna derecha; datos importantísimos para su identificación. (Los cuerpos de estos dos insurgentes se mantuvieron sepultados durante 11 años, fue hasta el 19 de marzo de 1822 en que el ayuntamiento de Monclova junto con el cura Soberón, acordaron transportar los cuerpos y darles cristiana sepultura en Monclova) Jiménez, quien a gritos había pedido detener el fuego, reclamaba indignado el porque de su proceder hacia ellos que los andaban defendiendo. Flores le contestó que en sus comisiones no se había visto más que un engaño general en todo y que no hacían más que robar y destrozar cuanto agarraban. Una vez desarmados y atados, los caudillos fueron enviados a Baján en su mismo coche y bajo una fuerte guardia. En el siguiente coche viajaban fray Pedro de Bustamante, un clérigo y los dos agentes que habían sido enviados a Saltillo por los conspiradores: Sebastián Rodríguez y el Barón de Bastrop. Después de cinco carruajes se vio llegar a lo lejos uno más, que fue identificado por los prisioneros que acompañaban a Elizondo, como el que ocupaba el cura Hidalgo. Al detenerlo se dieron cuenta que el cura no se hallaba entre los pasajeros. Gravado fotografiado en el museo Coahuila-Texas Momento en que el padre de la patria es detenido por Vicente Flores Por fin a la distancia se le vio acercarse montado en un caballo negro, acompañado de un clérigo y al frente de una partida de cuarenta soldados. Elizondo les formó valla, mandó a sus hombres presentar armas y los dejó pasar. Al llegar con don Tomás Flores y su gente, fueron rodeados y se les intimó rendición. Hidalgo trató de sacar su pistola al tiempo que Vicente Flores le sujetaba el brazo y le decía:”Si piensa usted en hacer armas, es perdido, porque ahorita le hará fuego la tropa y acabará con ustedes”.Altamente sorprendido, Hidalgo abandonó todo intento de resistencia. En cuanto a los soldados que le acompañaban se les reconoció como integrantes de las compañías presidiales que se habían pasado a las fuerzas de Jiménez en el puerto de Carneros. A estos se les dio a escoger en permanecer fieles a Hidalgo y darse presos o regresar a su antiguo ejército y conservar sus armas. Inmediatamente accedieron a pasarse al bando realista. A medida que caía la tarde aumentaba el número de insurgentes que caían en la emboscada, estando tan sorprendidos para intentar defenderse. Cuando faltaron cuerdas para atar a los prisioneros, se usaban las bridas de los caballos; cuando se terminaron las bridas se usaron los cabrestos de las mulas. Entre 4 y 5 de la tarde más de 600 rebeldes habían sido capturados. Bajo una guardia de 40 soldados se envió a Monclova la primer partida de 400 cautivos. Las mulas que transportaban el inmenso botín de los insurgentes hicieron su arribo azuzadas por los arrieros, eran poco más de 200 bestias agotadas y sedientas cargando sobre sus lomos un promedio de 100 kilos cada una. La larga columna, sin la escolta que debía protegerla, avanzó entre las maravilladas filas realistas. Arrieros y mulas solícitamente fueron conducidos a saciar su sed. Semejante tratamiento nada más estos lo recibieron. Poco antes de ocultarse el sol, Elizondo, que con su gente había salido al encuentro de los insurgentes rezagados, envió a don Tomás un mensaje en el que le comunicaba haber topado con un cuerpo de artillería compuesto por más de 40 hombres y 24 cañones, al mando de José Rafael de Iriarte que lejos de rendirse amenazaba con abrir fuego. Don Tomás ordenó a los soldados que al primer disparo de cañón que se escuchase degollaran a los prisioneros. Horrorizado Hidalgo intervino y con la renuente autorización de Flores, se envió a un oficial a pedir la rendición de los artilleros. Este fue uno de los pocos intentos de resistencia, tan débil como los demás y sofocado tan pronto como se había iniciado. Solo uno de los principales jefes insurgentes logró evadir la captura y fue este José Rafael de Iriarte, quien con el grueso de la artillería, protegía la retaguardia. Durante la escaramuza suscitada en la captura de sus compañeros, Iriarte a los lejos presenciaba la rendición, acobardado, al frente de sus hombres regresó a Saltillo. Para el Licenciado Ignacio López Rayón fue muy sospechosa la determinación tomada por Iriarte y a su llegada a ese poblado le fue formado consejo de guerra, siendo fusilado a las afueras de Saltillo, en un arroyo que por mucho tiempo se le conoció como “Arroyo de Iriarte” Quien fue Rafael Iriarte “El cabo Leyton” le decían todos, pero se llamaba en verdad Rafael Iriarte. Coronel insurgente, había sido antes soldado del ejército realista, donde sirvió como secretario de Calleja. En el curso de la guerra la esposa de Iriarte cayó en manos de los realistas y la de Calleja vino a manos de los insurgentes. Calleja e Iriarte hicieron el cambalache de una por la otra y aquí no pasó nada. Desde entonces Iriarte se hizo sospechoso a los insurrectos Ruinas de la antigua ranchería de Acatita de Baján Fotografía donada por el Dr. Jorge Villarreal. En ella lo vemos acompañado por Lucas Martínez exdirector del archivo municipal. Acatita de Baján Al caer la noche prisioneros y botín fueron trasladados a Norias de Baján (hoy Acatita de Baján).Para protegerse de los continuos ataques de los indios, se construyó una gran muralla de piedra, de forma cuadrangular como de unas 60 varas por cada lado. Tenía por el lado del norte la puerta de entrada resguardada con trancas, esta era la única entrada y salida que tenia la referida hacienda. Dentro de la muralla había 3 casitas de piedra con techo de terrado y 6 jacaluchos techados con pitas y zacate. También existían algunos corrales de empalizadas y 2 norias que abastecían de agua a los vaqueros y viajeros que por ahí pasaban, así como al ganado con que contaba dicha hacienda. Esa noche fue para los realistas de gran inquietud y continua vigilia y movimiento. Ya que sabían que un ataque de Iriarte en esas circunstancias hubiese sido fatal para los realistas. Por fin entre 9 y 10 de la noche llegaron de Monclova los refuerzos esperados. Primero don Pedro Nolasco Carrasco, suegro de Elizondo, con 221 hombres; al poco tiempo el teniente coronel Salcedo con 200 más. Este auxilio que devolvía la tranquilidad a los realistas significaba para los prisioneros la perdida total de toda esperanza de liberación. Al día siguiente, 22 de marzo los jefes, clérigos, frailes y mujeres fueron trasladados a Monclova en los mismos 14 coches que les habían capturado. El resto de los prisioneros hicieron el viaje a pie, maniatados y asegurados en collera (en fila india). Así terminó para desgracia del país, una de las operaciones más exitosas de la historia de la guerra. En unas cuantas horas un contingente de menos de 400 hombres, sin haber sufrido una sola baja, capturaron a 893 enemigos, entre ellos a todos sus principales caudillos, gran cantidad de pertrechos de guerra, 27 cañones y un inmenso botín. “Escribe al respecto el Dr. Regino F. Ramón en lo referente al botín. “No he podido inquirir en el paradero final, a pesar de las muchas pesquisas que he hecho con este motivo.” El efectivo recogido, se dijo que era una gran suma en joyas, moneda acuñada y barras de plata y oro; no hay documento que justifique su inversión o último destino. La voz popular ha asegurado siempre que la mayor parte de esos dineros quedaron entre los principales jefes, percibiendo el erario una parte relativamente pequeña. Mi abuelo don José María Ramón, que para esa fecha contaba con 11 años, refería que, la tarde que entró Elizondo con los presos de Baján, los atajos de mulas que traían siguieron por la calle Real hasta la plaza donde descargaron los arrieros aquél botín, formando una trinchera larga en la cuadra de don Ramón Muzquiz, y tan alta que les daba casi al hombro a los arrieros; y que en la mañana del día siguiente que volvió a la plaza, instigado por la misma curiosidad, ya no había absolutamente nada, asegurándose que todo ese dinero lo habían llevado a la casa de don Tomás Flores, que quedaba por la calle Real ( hoy calle Zaragoza) donde hacia esquina con la de Ciprés (hoy Miguel Blanco) para el lado sureste. Era voz general que la mayor parte del botín se repartió entre los principales autores de la contrarrevolución, tocándole a don Ignacio Elizondo la mejor parte, además de lo que mandó furtivamente del propio Baján la noche del 21 de marzo, con su propio compadre Don Antonio Rivas, consistente en un atajo de mulas y dos carros cargados con plata acuñada y en barras, que sin pasar por Monclova tomaron por un camino que conduce de Castaños a Pozuelos y de allí, pasando por Nadadores a la hacienda de “Rancho Viejo” de Santa Gertrudis, que era propiedad del referido Rivas; y donde se asegura, fueron ocultados esos valores. Muerto el capitán Elizondo de una manera trágica, quedó Rivas como único dueño de ese cuantioso tesoro, que al fin ni él ni sus hijos pudieron disfrutar debido a que falleció repentinamente, y que no le permitió siquiera a su familia, señalar el lugar donde había ocultado tan inmensa riqueza. Lo que si se sabe de cierto, es que don Antonio Rivas fue en san Buenaventura el hombre más acaudalado y de mayor validez social en su época. Él y su esposa construyeron la capilla de San José, que queda contigua y en comunicación con la parroquia, donando la imagen que es de talla y de regulares dimensiones, así como también 6 barras de plata para que se construyeran 6 candeleros grandes, un manifestador, 2 atriles para evangelio y epístola, un frontal grande, 2 ciriales y cruz alta. Según algunos historiadores que eran aproximadamente 22 toneladas de joyas, plata y oro, y que con la moneda acuñada se requerían para su transporte no menos de 220 robustas mulas. El Puertecito Llegada de don Miguel Hidalgo a Santiago de La Monclova Al caer la tarde llegaron a Monclova, haciendo un alto en el “Puertecito”. Este era un paraje del camino real, que se localizaba en donde actualmente está la ferretera Villarreal, frente a la fuente de las garzas, en la avenida Pape. Por aquel tiempo, constituía una especie de ciénega con algunas pequeñas lagunas y densos carrizales. Ya un poco descansados continuaron hacia Monclova, entrando por la calle Real (hoy calle Zaragoza). Entrada de don Miguel Hidalgo a Santiago de la Monclova La entrada fue triste, lenta y conmovedora, ante un escenario tenso los insurgentes avanzaron bajo le burla de una multitud que formaba vallas a lo largo de la calle, así llegaron hasta el callejón de los Nogales (hoy calle Abasolo) doblando hacia la derecha (en donde actualmente se encuentra la cabaña) a mediación de la cuadra se detuvieron, donde había una fragua y mientras el herrero hacia los grilletes para esposar a los jefes insurrectos, Hidalgo descansó a la sombra de un nogal. (Esto está escrito en una placa metálica, que estuvo colocada sobre una pared de adobe en ese sitio y ahora, se encuentra en el interior de un pasaje comercial. En la misma, se registró la fecha 22 de marzo de 1811 y el nombre del fabricante de dichos grilletes, Marcos Marchant, citados por el Dr. Regino F. Ramón. Y según una leyenda acerca del nogal, se dice que el cura Hidalgo pidió agua a los pobladores, pero estos se negaron por temor a represalias de los realistas; fue entonces cuando Hidalgo maldijo el futuro de la ciudad para siempre. A la sombra de este viejo nogal se le pusieron los grilletes al Padre de la Patria Aquí se observa el mismo nogal ya caído. Quien fue Marcos Marchant Escribe el historiador Monclovense José Manuel Luna Lastra. “Se sabe que Marcos Marchant fue un ciudadano Frances que se avecino en Santiago de la Monclova a principios del siglo XIX. Había salido de su país con destino a Canadá, para posteriormente trasladarse a Luisiana, que para entonces pertenecía a Francia. Don Marcos tenía muchos conocimientos y habilidades, ya que podía construir una planta despepitadora o un molino de trigo, así como reparar un reloj u otros mecanismos, o realizar trabajos de carpintería y forja. Marchant llegó a la región contratado para construir una despepitadota, y decidió quedarse en la pequeña comunidad que entonces era Monclova y se instaló en una casa que estaba situada por la calle Garita (hoy calle Hidalgo ), en la acera poniente, casi esquina con el callejón de los Nogales, ( hoy calle Abasolo) La casa de Marchant extendía su terreno rumbo al poniente, hasta mediación de la cuadra y por este rumbo colindaba con una herrería situada a mediación del callejón de los Nogales, según relata el Doctor Regino Ramón. En este lugar estaba la fragua de don Marcos Marchant (calle Abasolo) Monclova le gustó a Marchant y decidió quedarse. Con esta idea en mente, solicitó su naturalización prometiendo obediencia a los reyes de España y su solicitud fue aprobada. El 21 de diciembre de 1812 se casó con Petra Rivera, con quien procreo una hija que fue bautizada con el nombre de Guadalupe. Su hija Guadalupe continúo conservando las propiedades heredadas de su padre, que consistían en la citada casa de la calle Garita, otra situada en la calle Leona Vicario con frente al oriente (según manifestación de bienes de abril de 1850) y un terreno que estaba a la orilla del río, donde estaba instalada una maquina despepitadota, propiedad del señor Santiago Walson, en un lugar conocido como la Francia, que debió ser bautizado así por Marchant en recuerdo de su tierra”. Antigua calle Abasolo cruz con calle Hidalgo Rumbo a la plaza principal Ya con los grilletes puestos, los prisioneros siguieron adelante por el callejón de los Nogales hasta la siguiente esquina, donde cruzaba la calle Garita (hoy calle Hidalgo). Por esta calle fueron conducidos hasta la plaza de armas, en este lugar se comenzó a distribuir a los prisioneros, a unos los pusieron en la cárcel, que había sido construida por el gobernador Cordero y que se localizaba en la esquina que ahora son las calles Zaragoza y De la Fuente, a otros en la antigua Capilla de la Purísima, situada junto a la cárcel, en el lugar que después ocupó el teatro Hidalgo, después cine Hidalgo y en la actualidad el banco Banamex, a otros los pusieron en el cuartel de la Compañía Presidial conocido como “La Guardia” esquina noreste del cruce de las calles Zaragoza y Venustiano Carranza, y el resto los llevaron junto con Hidalgo, Allende, Mariano Jiménez, Juan Aldama y don Mariano Hidalgo hermano de cura, al Hospital Real ( hoy museo Coahuila-Texas). Antigua calle Hidalgo. Hospital Real El lugar donde metieron a los presos era reducidísimo para tanta gente; así es que para que cupieran fue necesario que todos se acomodaran parados pecho con espalda, en esta posición no se podían reclinar, por que para descansar era necesario que se apoyara uno con el otro. Además de esa incomodidad seguía la de las pulgas que era insufrible el escozor de los piquetes. Al siguiente día todos los presos tenían hambre y sed, suplicaban a los soldados que se les diera un poco de agua para mitigar el hambre. Por fin al segundo día se les dio una comida que ni los cerdos la hubieran comido; después de un sabor pésimo, el efecto que produjo fue el de una fuerte purga que les provocó un terrible deseo de evacuar; ¿Pero donde hacer esa operación? Nada más que en el propio lugar en que estaban y tener que seguir habitando en aquel lago de inmundicia. Los verdugos de los insurgentes no les permitían ni siquiera renovar el aire que se respiraba para moderar en algo aquella insoportable fetidez. A los 5 días de estar en la prisión, el traidor Elizondo mandó que se averiguasen quienes eran los oficiales, diciendo que se trataba de colocarlos entre la tropa para que se diera enseñanza a los soldados. Se puso en una mesa un papel para que escribieran su nombre y concluida la operación, se mandó traer a los artesanos y dueños de haciendas para que tomasen los prisioneros que gustasen para que sirvieran como esclavos. De los 519 soldados que entraron al Hospital Real, 306 fueron fusilados, y los 219 restantes salieron a servir en las haciendas y como últimos soldados. Por espacio de un mes y veinticinco días los que allí estaban encerrados, sufrieron la más cruel de las agonías. Todos los días se presentaba Elizondo y llamaba por su nombre a dos, tres y hasta seis de aquellos desgraciados reos, los sacaban al patio y a la vista de los demás los fusilaban, obligando diariamente a ocho o diez de los mismos presos a que cargaran los cadáveres de sus compañeros, y los condujeran al panteón Real y los sepultaran en una fosa común. Entrada principal al Panteón Real Catedral de Santiago de la Monclova Fiesta en Santiago de la Monclova El día 23 de marzo, la parroquia de Santiago Apóstol, se vistió de gala con la asistencia de gobernador, cabildo y principales jefes, empleados políticos y 7 militares, celebrándose una misa solemne acompañada con salvas de fusileria y música, en el cual predicó el cura de Sanbuenaventura don José María Galindo, en la tarde del mismo día, después del rosario, se organizó una gran procesión, presidida por el recién nombrado gobernador don Simón de Herrera, llevando a sus lados al teniente coronel don Manuel Salcedo y al capitán don Ignacio Elizondo, siguiéndole un piquete de tropa, acompañando a la virgen de Zapopan llevada en hombros por miembros de la junta gobernadora. El gobernador espero algunos días para recibir la orden hacia donde los mandaba, además que tenia el temor de que los insurgentes que se encontraban en Saltillo al mando de López Rayón, intentasen rescatar a los prisioneros, los manda el día 28 por la madrugada a la ciudad de Chihuahua con una numerosa guardia comandada por el teniente Coronel don Manuel Mª. Salcedo y los oficiales Nicolás Elizondo y don Vicente Flores. Antes de salir de Monclova, Elizondo es ascendido a teniente coronel y todos los que participaron en la acción se les condecora con una estrella con la leyenda de “Vencedores de Baján” que les colocan en la manga izquierda Salen los prisioneros de Monclova De Monclova salen veintiocho prisioneros custodiados por una partida de 25 Dragones en medio de 2 filas de soldados, entre los cuales se encontraban los principales caudillos: Hidalgo, Allende, Jiménez, Juan Aldama, Abasolo, Aranda, Santamaría, Lanzagorta y otros importantes oficiales, además de cuatro clérigos y seis frailes atados y montados sobre mulos que son tirados del bozal por otros soldados, y al final de la caravana, el resto de la tropa. Los prisioneros solo pueden beber un poco de agua por al camino y no prueban alimento sino hasta el anochecer, cuando se rinde la jornada. Entonces se desensilla a los caballos, se coloca a los prisioneros en círculo, atados de pies y manos, y se les vigila durante la noche. Con serena resignación sufría Hidalgo las duras penalidades de la marcha. Llenos de sangre sus pies por las cadenas con que los llevaban atados, hinchadas las manos por las cuerdas que las apretaban, señalaba “que todas las aquellas prisiones las sufría con gusto, porque su sangre algunos la habrían de vengar, y que al fin padecía, pero que había de triunfar aunque muriera”. De continuo llevaba en las manos un crucifijo, y si alguna palabra salía de sus labios no era para quejarse, sino para alentar a sus compañeros, ya con una frase de consuelo, ya con alguna gracia, o para encomendarse a la virgen, a la que todos los días rezaba un rosario antes de rendir la jornada. A este grupo se le envió por la ruta del sur: Baján, Espinazo, Anhelo y desde está hacienda hacia el oeste por el Puerto de Reata, Venadito, la Sauceda, el Jaral, la Tinaja, Santa Isabel, San Lorenzo, Cadillal, San José y Santiago del Álamo , más conocido como Álamo de Parras (hoy Viesca Coahuila, este nombre se le dio el 21 de septiembre de 1830 para perpetuar la memoria del primer gobernador nacido en nuestro estado el coahuilense don José María Viesca y Bustamante) donde pasaron la noche. Al siguiente día se separaron ahí los prisioneros, unos para ser llevados a Chihuahua y a otros a Durango. A fray Gregorio de la Concepción le correspondía ser llevado a esta última ciudad, y por eso hubo de despedirse de Hidalgo, Allende y los demás bajo una escolta de 20 hombres al mando del teniente don Juan de Castañeda. El resto prosiguió su camino por la Hacienda de Margarita, Gatuñal y Mapimi hasta llegar a Chihuahua donde serian procesados. La columna de hombres derrotados tarda casi un mes en cruzar el territorio que hay entre Monclova y Chihuahua. Algún tiempo después, otro grupo de 9 prisioneros fue enviado a través de la ruta del norte. De monclova a Santa Rosa, la Babia, San Vicente, Ojinaga y Chihuahua. Entre este último grupo se encontraban don Juan Ignacio Ramón, el Licenciado José María Chico y José Placido Monzón. La mayor parte de la tropa se queda en Monclova para ser destinada a realizar trabajos forzados en las haciendas cercanas y óbrales; algunos militares regulares son degradados y otros fusilados, entre ellos, los señores Malo, Mascareñas, Domínguez y Casas Juan Salazar y Juan Bautista Casas. Ignacio Aldama y fray Juan Salazar prisioneros El primero de marzo de ese mismo año en el norte de la Nueva España, estalla una contrarrevolución auspiciada por el sacerdote José Manuel Zambrano, quien al saber que Ignacio Aldama y fray Juan Salazar se encaminan hacia el norte, los detiene en San Antonio de Béjar y los remite prisioneros a Monclova, en donde deben ser juzgados. Después de permanecer presos durante algunos meses, un consejo de guerra les juzga. Ignacio Aldama es condenado a muerte el 20 de junio de 1811 y fusilado ese mismo día y sepultado en el panteón Real. Llegada de los insurgentes a Chihuahua El día 23 de abril de 1811 Chihuahua recibe a los insurgentes, su gente parada a los lados del camino los recibe en un sepulcral silencio. Se ha dado la orden de que nadie pueda portar armas ni causar cualquier alboroto, so pena de castigo. El inconcluso Colegio de la Compañía de Jesús, que se ha destinado a hospital militar, sirve de prisión a los señores, Allende, Aldama, Jiménez, Santos Villa y Mariano Hidalgo, este último hermano del cura. Los detenidos ocupan los dormitorios habilitados como calabozos. Hidalgo quedó recluido en la parte baja de la torre del colegio, una torre oscura, más parecida a un torreón medieval que aún conserva intacta Chihuahua. Los demás jefes importantes, entre ellos Mariano Abasolo y el infame Marroquín, son recluidos en celdas aseguradas del convento de San Francisco. El brigadier Nemesio Salcedo entrega los prisioneros al señor Melchor Guaspe, designado alcaide de la prisión, para que disponga lo necesario a fin de que queden perfectamente custodiados. Para el día 25 de junio está redactada la sentencia para los señores Allende, Aldama, Jiménez y el señor Santamaría, serán fusilados por la espalda, en señal de afrenta e ignominia, los tres primeros serán decapitados y enviadas sus cabezas a Guanajuato para que se coloquen en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, dicha sentencia es recibida de rodillas y de manera individual. Después de esto se les lleva a la capilla del propio hospital, permitiéndoseles se preparen espiritualmente con un confesor. A las cinco y media de la mañana la plaza ya esta llena de curiosos que han ido a ver el fusilamiento. Cerca de la pared hay 4 bancos, uno para cada condenado. Minutos antes de las 6, un redoble de tambores marca la entrada del pelotón que llevará acabo el fusilamiento. Los soldados es colocan en posición de tiro en espera de las órdenes del teniente Pedro Armendáriz. La puerta que conduce al hospital se abre y de ella van saliendo, detrás del teniente, Allende, Aldama, Jiménez y Santamaría, atados de manos y muslos. Al llegar a la pared son desatados y colocados en sus sitios; todos, menos Allende, son vendados; la sentencia es dictada y se abre fuego: los cuatro cuerpos caen atravesados por una lluvia de balas. Según orden dictada por el virrey, los cuerpos son separados de la cabeza y colocadas en cajas de madera y cubiertas con sal para lograr que se conserven durante el viaje. Celda donde paso sus últimos días el padre de la patria Torre donde estuvo preso Miguel Hidalgo en chihuahua Juicio de Hidalgo A Hidalgo, como era de esperarse, la aguardaban los más atroces sufrimientos. La colonia que él lesionó de muerte, estaba interesada no solo en castigar al rebelde y al sacerdote, sino ofrecer el ejemplo de su arrepentimiento a los que aún luchaban por la causa de la libertad. En el juicio de Hidalgo intervino la milicia, la iglesia, el santo oficio, y las autoridades de la colonia. Su sentencia fue dada por el auditor Bracho, y fue de muerte, a pesar de su investidura de sacerdote, al final lo que lo salvó de que se le aplicara garrote vil fue la falta de instrumentos y de verdugo, pero no se le dispenso la afrenta de la degradación, ni el fusilamiento reservado a los traidores. El día 29, antes de las 6 de la mañana, los clérigos con sus capas negras y sus sombreros redondos, los frailes, ricos comerciantes españoles, muchos campesinos, mujeres y algunos indios con sus piernas desnudas y cintas de color sujetando sus largas cabelleras, entraban al patio del hospital. En el fondo de uno de los corredores se había aderezado un altar y los 3 miembros del tribunal eclesiástico, vestidos de capa, esperaban la llegada de Hidalgo. A Chihuahua le había correspondido el dudoso honor de contemplar una ceremonia que nunca se había celebrado en ninguna otra parte del extenso imperio español : la degradación sacerdotal, especie de ordenamiento al revés, por medio de la cuál, la iglesia arroja ignominiosamente de su seno a los miembros culpables de nefandos delitos. Apareció Hidalgo esposado y rodeado de guardias. Su figura se veía mas pequeña de lo que era en realidad, pero sus brillantes ojos verdes, no habían perdido su viveza acostumbrada. Extendió sus manos, quitándole las esposas y los grillos trabajosamente y en seguida dos sacerdotes lo vistieron con el alzacuello, la sotana, la estola, el cíngulo, manipulo, la casulla y la capa pluvial que se habían puesto con anticipación en una mesa contigua. Volvía a ser, por breves minutos el clérigo que fue durante la mayor parte de su vida hasta el 15 de septiembre de 1810 y esa sería la última ceremonia en que participaría con su carácter de sacerdote. Se le ordena que se arrodille, se procede a la lectura de la sentencia y a la deposición verbal del sacramento. En seguida con un cuchillo se le raspan las manos y las yemas de los dedos hasta sacarle sangre, en señal de despojo de la facultad de consagrar; después le van quitando una por una las prendas con que estaba vestido y al final le cortaron el cabello para que no quedara huella de la tonsura que acreditaba su calidad clerical y proceden a rasparle la piel de la cabeza, que había sido consagrada, como cristiano y sacerdote. Después es registrado encontrándose, “llena de sudor, la soberana imagen de nuestra Señora de Guadalupe….bordada de seda sobre pergamino. Al quitarla de su pecho el cura dice. -Esta Señora, madre de dios, ha sido la que he llevado de escudo en mi bandera, que marchaba delante de mis huestes, en las jornadas de Aculco y Guanajuato, y es mi voluntad que sea llevada al convento de las Teresitas de Querétaro, donde fue hecha por las venerables madres, quienes me la dieron en mi santo en el año de 1807. Así desnudo de las vestiduras de sacerdote; degradado; sometido a la más grave pena que a un ministro del Señor puede imponérsele; humillado y reducido a la condición de simple mortal; rechazado en su persona de lo religioso por la santa madre iglesia, Miguel Hidalgo, ex cura de Dolores, podía ye ser puesto en manos de la justicia militar. Arrepentimiento de Hidalgo Hidalgo reconoció que se había equivocado al iniciar la guerra de Independencia. Más aún: después de suplicar perdón por su yerro a Dios y al rey, pidió a quienes seguían en la lucha que dejaran las armas y se acogieran a la clemencia del monarca como vasallos sumisos y obedientes y pide perdón a Dios y a los humanos. Muchas interpretaciones pueden darse tanto a esa retractación como a las respuestas de Hidalgo en el curso de su juicio. Don Vicente Riva Palacio opina que cuando respondió al interrogatorio de sus jueces “contesto el sacerdote y no el caudillo del pueblo; respondió el hombre quebrantado por los sufrimientos de la prisión Concluidos los pasos de la degradación, se le condujo a la capilla del mismo hospital, y antes de entrar pidió permiso de fumar un cigarro en la sacristía siendo ya las diez de la mañana, en donde se mantuvo orando a ratos, en otros reconciliándose, y en otros parlando con tanta entereza, que parecía que no se le llegaba el fin de su vida. Su calma era perfecta. A partir de ese momento, el hombre degradado, traicionado, vejado, se preparo a morir con la sencillez de un hombre de pueblo. La retórica de su tiempo no lo alcanzaba. No hizo frases que recogiera la historia, no entregó a la posteridad mensajes altisonantes. Era simplemente un aldeano, un suave humorista dotado de un excelente apetito que vive su última noche en la sombría torre, como una noche cualquiera en su cuarto de Dolores. A Melchor Guaspe, el noble carcelero, le advierte que no por estar en capilla le perdonará el vaso de leche y el marquesote que el carcelero le envía de su casa diariamente. A las 12 exigió su acostumbrado vaso de leche, devoró la comida y la cena como si toda su vitalidad, cerrada ya para el mundo, se hubiera concentrado en su formidable estomago. Durmió hundido en un sueño reparador, se confesó y comulgó, tomó su chocolate y de nuevo hizo ver que un condenado tenia derecho a reclamar su ración integra de leche. A las 6 llamó a Guaspe y le regaló su hermosa caja de rape (cigarrera) Guaspe se rehusaba a aceptarla. Hidalgo insistió: -Tómela usted. - Se la obsequio para que se acuerde de mí – repitió Hidalgo. -No es menester porque yo me acordaré de su merced toda la vida—afirmo Guaspe y abrazándolo se despidió de él y volvió a la torre. Arriba de la cama desecha, en la tosca pared de la torre, el cura había escrito con carbón estas dos décimas, una dedicada a Ortega y otra a Guaspe, los 2 hombres que le acompañaron con su piedad tratándolo con consideración y afecto hasta el fin. Decían: Ortega, tu crianza fina tu índole y estilo amable, Siempre te harán apreciable Aun con gente peregrina. Tiene protección divina La piedad que has ejercido Con un pobre desvalido Que mañana va a morir Y no puede retribuir Ningún favor recibido. Melchor, tu buen corazón Ha adunado con pericia Lo que pide la justicia Y exige la compasión. Das consuelo al desvalido En cuanto es permitido, Partes el postre con el Y agradecido Miguel, Te da las gracias rendido Fusilamiento del padre de la patria El 30 de julio de 1811, a las 7 de la mañana, El cura Miguel Hidalgo recibe la noticia de que será conducido al sitio de su ejecución por el teniente Armendáriz. Afuera, mil hombres vigilaban el edificio y doscientos soldados custodiaban el interior. Hidalgo marchaba en silencio a su muerte, en su mano derecha llevaba un librito y en la izquierda un crucifijo. Se escuchaba el redoble insistente de un tambor y las campanas de Chihuahua doblaban a muerto. En un ángulo del patio, estaba formado el piquete de ejecución. La tensión casi insoportable de aquella marcha de pronto se rompió al detenerse Hidalgo. El oficial al mando acudió alarmado preguntando que deseaba. Hidalgo sonriente exclamó: -Los dulces que están debajo de mi almohada. Cuando se los llevaron, principió a repartirlos entre los soldados del pelotón, diciéndoles palabras de consuelo. Al terminarlos solo añadió: la mano derecha que pondré sobre mi pecho, será hijos míos, el blanco seguro que habéis de dirigiros. Antes de pararse frente al paredón beso el banquillo donde iba a morir, en seguida procede a sentarse, le entrega el libro que llevaba a un sacerdote, permitiéndolo quedarse con el crucifijo que sostiene en ambas manos. Se tenía órdenes de fusilarlo por la espalda, pero Hidalgo se rehusó a morir como un traidor- fue la única degradación que se negó a aceptar, y tras una breve disputa, se vio precisado a respetar la decisión del mártir. En seguida se le cubren los ojos con un pañuelo, permitiéndole quedarse con el crucifijo que sostiene con ambas manos. En medio de un silencio asfixiante el pelotón se prepara para el fusilamiento Sonó la descarga. Los soldados temblaban de tal manera que tres balas le pegaron en el vientre y la cuarta le quebró un brazo. El dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo por lo que se le zafó la venda de la cara y clavó en los soldados aquellos hermosos ojos verdes que tenía. Era la mirada de un hombre que vivía y moría al mismo tiempo. Un hombre que sufría sentado en el banco, bañado por la suave luz de la aurora. A través de aquellos ojos verdes abiertos hasta el fin, su mirada mensajera de su alma, habló sin duda a los hombres innumerables veces con elocuencia, habló con ellos aún a la hora de su muerte. El teniente Armendáriz ordena a la segunda fila la descarga, que le dio toda en el vientre. Sus ojos que seguían teniendo aquella mirada indefinible se llenaron de lágrimas. Aún se mantenía sin siquiera desmerecer en nada aquella hermosa mirada. Hidalgo no muere por lo que se le ordena al pelotón hacer la tercera descarga, cuya ráfaga de fuego no logra más que deshacer el vientre y la espalda del cura. Al ver que el padre de la patria no moría, se les ordena a dos soldados que le disparen poniendo la boca de los cañones sobre el corazón para así quedar muerto, la cabeza en el suelo, caída en su propia sangre. Ese 30 de julio día de su fusilamiento cumplía 58 años 2 meses y 22 días Ángulo donde Hidalgo fue fusilado, en el patio del palacio de gobierno Exhiben el cuerpo de Hidalgo El cuerpo ensangrentado, es amarrado en una silla, y expuesto al público sobre una mesa colocada en la plaza que se encuentra |
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