Monclovita la Bella Historias Por: PROFESOR Manuel Limon Tovar
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![]() ![]() En la noche del día 15 de septiembre, Ignacio Pérez entraba a San Miguel el Grande. Había fiesta en la casa de don José Domingo Allende, hermano de Ignacio. Por los balcones, vivamente iluminados, se veían pasar las figuras de los bailarines y brotaba una alegre música que se escuchaba en el profundo silencio del pueblo. Ignacio Pérez tocó la puerta, abrió una sirvienta y al preguntar por el capitán Allende le dijo que se encontraba con el cura Hidalgo en el pueblo de Dolores. Ya se disponía a retirarse el alcaide, cuando apareció en el zaguán el capitán Aldama. -¿Qué ocurre?- pregunto inquieto. -Señor, traigo un recado de la corregidora para el capitán Allende. La conspiración ha sido descubierta y ya han salido las fuerzas que vienen a aprehenderlos. -¿A mi hombre?- dijo Aldama - Si señor- confirmo Pérez-, a vuestra merced. El capitán Aldama y el Alcaide Pérez Aldama despidió al alcaide y en lugar de volver a la fiesta, ensilló un caballo y se puso en marcha hacia Dolores. No había andado un gran trecho cuando alcanzó a Pérez y juntos recorrieron en cuatro horas las 8 leguas que separan a San Miguel del pueblo de Dolores. Tiempo después, Aldama llamaba a la puerta de la casa del “Diezmo” ocupada por el Padre de la Patria. El mismo Hidalgo preguntó desde su alcoba. -¿Quien es? - ¡Yo! respondió Aldama - Aguárdese vuestra merced. Adormilado todavía, recibió Hidalgo en su habitación a quienes lo buscaban. Eran ellos Aldama y Pérez. Muy nerviosos le informaron al cura que todo se había descubierto. Pérez entró a la habitación de Allende donde le dio el recado de la Corregidora y todos reunidos en el comedor principiaron a tratar el problema que se les presentaba. A poco llegó Mariano el hermano de Hidalgo, mandado llamar con el cochero, un pariente llamado Santos Villa y algunos hombres armados entre los cuales se encontraban dos serenos de Dolores. La noticia, la terrible noticia alteraba peligrosa y radicalmente el curso de sus vidas. ¿Que hacer? ¿Qué resolución debería tomarse? Los dos militares de antemano se consideraban vencidos. ¿Cómo oponerse sin hombres, sin dinero y sin armas a los 14,000 soldados del virreinato? ¿Cómo pensar siquiera en enfrentarse al poder del virreinato? Ni el cura era ya cura ni ellos militares. Sino unos criminales a quienes la justicia perseguía por el delito de rebelión. El señor cura había ordenado chocolate para todos. El color rubicundo de Allende se había acentuado y una profunda arruga surcaba su estrecha frente. El temblor de las manos de Aldama se hacia más perceptible cada vez que se llevaba la taza de chocolate a sus labios. La cacería de rebeldes no tardaría en llegar a Dolores. Había que huir, había que esconderse y a desaparecer hasta que todo se olvidara. El cura Miguel Hidalgo no decía nada. Sus ojos verdes brillaban agudos. De pronto se levantó y con voz resuelta dijo: -Caballeros, estamos perdidos;… aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines-. Ante tal respuesta, Aldama suelta su taza de chocolate derramándolo sobre la mesa, exclamando lleno de asombro. -Señor, ¿qué va a hacer vuestra merced?, ¡ por amor de Dios, Vea vuestra merced lo que hace!-... Fotografía del 2010 a la llamada casa de las visitas en la época de la independencia. Esta ubicada frente a la plaza principal. Hidalgo sabía muy bien lo que debía hacerse. Pasaba de la media noche. En un acto de astucia, decidió visitar a las autoridades de la villa a Nicolás Fernández del Rincón e Ignacio Díez de la Cortina subdelegado y recolector de diezmos, respectivamente, habitantes de la ahora conocida como “Casa de Visitas”. Hidalgo quería saber si dichas autoridades habían recibido alguna instrucción del virrey, respecto de su aprehensión, Hidalgo jugó con ellos a las cartas y les pidió 200 pesos prestados que accedieron a proporcionárselos. Si tales personajes tuvieran noticia del descubrimiento de la conspiración, seguro que no le prestan nada. Hidalgo regresó a su casa con dinero en mano y con la seguridad que contaban con un valioso y corto tiempo para salir adelante. Así luce en el 2010 la famosa cárcel de la apoca de la independencia. Esta ubicada a unas cuantas casas de la plaza. Mando despertar a sus obreros – treinta en total- y se dirigió a la cárcel. El alcaide creyó volverse loco. Su viejo cura, su pastor no sólo le pedía que libertara a los presos, sino que apoyara su extravagante petición amenazándolo con una pistola amartillada, liberó al matancero Casiano Éxija, quien fue directo a la casa del prestamista y usurero español Antonio Larrìnúa, a cobrarse la afrenta, desprendiéndole una oreja de certera cuchillada. Con su ayuda, armados de palos y de piedras, el cura asaltó el cuartel. No tuvo necesidad de emplear su pistola. El mismo sargento mayor, José Antonio Martínez, se encargó de abrirle la puerta y de juntarle algunos soldados. Allende y Aldama, por su parte, apresaban al subdelegado Fernández del Rincón y al encargado del diezmo, Díez de la Cortina, mientras el padre Balleza sacaba a bofetadas de su casa al padre Francisco Bustamante que ostentaba el nada honroso cargo de espía del Santo Oficio. Todo se realiza con rapidez y discreción. Mientras tanto Ignacio Allende, Juan Aldama, José Santos y diez de sus dependientes se dirigen a San Miguel para hacerse con las armas que hay en el cuartel de las Compañías del Regimiento de la Reina, donde se le unieron varios soldados que compartían la ideas de su capitán Allende. Los soldados cargando una copia de la campana de Dolores Antes de las cuatro de la mañana se había cumplido la orden que Hidalgo dio a sus criados, la de apresar a los gachupines del pueblo, siendo alojados apaciblemente en la cárcel un total de 18 españoles que componían la aristocracia y el grupo adinerado de la feligresía. A las cinco, se oyó el toque del alba y más tarde, si bien con algún adelanto y más viveza que de costumbre, el esquilón San Jospeh (campana), llamaba a la primera misa. La llamada de la campana San Jospeh se estaba dando en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores. El hecho de que en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, con su voz de bronce haya llamado a misa y anunciando el inicio de la independencia, de la libertad del yugo español, la hace inmortal para los mexicanos. La campana que no es campana. Escribe Armando Fuentes Aguirre “Catón” En su libro la otra Historia de México. Es esquilón. Así la llamó-“esquilón San Joseph”- el señor cura don Anastasio Sánchez Villela, quien la mandó fundir en el año del señor de 1768, mide 1.67 metros de altura y un metro 6 centímetros de diámetro en la base, con 11 centímetros de espesor y pesa 785 kilos. Desde 1768 estuvo en el primer cuerpo de la torre oriental de la parroquia, hasta el 28 de junio de 1896, cuando a las 16:30 horas de ese día, llegaron a la parroquia de nuestra Señora de los Dolores, los comisionados del presidente Porfirio Díaz: el General de división Sostenes Rocha, el General brigadier Ignacio Salas, Guillermo Balleto y Gabriel Villanueva, para recibir y conducir a la ciudad de México la campana de la libertad, la campana de Dolores que quedó convertida en símbolo patrio, siendo entregada dicha campana por el Lic. Erasmo González Caballero jefe político en Dolores y comisionado para tal efecto. Fue llevada al Palacio Nacional, por órdenes del entonces presidente de la república don Porfirio Díaz y puesta en un nicho en lo alto del Palacio Nacional. El tañer la llamada campana de la Independencia en la ceremonia del grito. Luego, en 1960, el presidente López Mateos hizo fundir 32 campanas, copias de la original, que están en los palacios de gobierno de cada uno de los estados, y una más que se llevó a la iglesia de Dolores. Al celebrar el 175 aniversario del iniciode la guerra de independencia, la campana de Dolores abandona el nicho de honor que ocupa en palacio nacional, para unirse a otros dos simbolos nacionales la bandera nacional y la constitucion de 1917. Dichos simbolos iniciaron un viaje historico por todos los estados del pais con una magna ceremonia presidida por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado en el palacio nacional el dia 3 de febrero de 1985, llamandole a este viaje Jornada por la Patria. El recorrido de los simbolos patrios se hizo a traves de camion, ferrocarril,avion y barco.Llegando a Leon Guanajuato en avion el dia 11 de septiembre, para luego ser transportada a Dolores Hidalgo en camion para despues ser montada en una estructura especial con el fin de que estubiera lista para la ceremonia del 15 de septiembre. El grito de Dolores Por ser domingo y día de mercado acudieron muchos arrieros, campesinos y artesanos, gente la más pobre de Dolores, indios en su mayoría vestidos de manta y descalzos a quienes los curas de otras parroquias acostumbraban azotar por orden de sus amos cuando habían cometido alguna falta, modestos vendedores cuyo capital nunca sobrepaso de cuatro reales (una miseria), pocos rancheros acomodados y una media docena de puntuales desagradables y sucias devotas. Eran las primeras horas del día domingo, 16 de septiembre de 1810. El cura Hidalgo ordena al campanero conocido como el “cojo Galván o el zurdo Galván “que tocara la campana para convocar a los fieles- “Galván… tocad la campana llamad a misa”-. El campanero tocó la esquila “San Joseph”. El atrio se llenó de gente, Hidalgo pronunció una encendida proclama. Entre otras cosas dijo: “Hermanos míos: Mexicanos por la patria y por la ley. Ha sonado la hora de la bendita libertad que tanto tiempo se ha anhelado. La campana que siempre ha llamado a misa, esta mañana os llama para daros justicia y libertad. Tendréis vuestras tierras, si lucháis por ellas. Tendréis el pan de vuestros hijos si sabeos defender la causa. Todo lo que por derecho os pertenece, volverá a vuestras manos. Habéis de saber que este movimiento tiene como objeto quitar el mando a los españoles. Ellos ya se entregaron a los franceses y quieren que nosotros corramos con la misma suerte; lo cual no debemos consentir jamás. ¡Oíd la campana hijos míos tocando a fiesta! Hijos míos habéis tenido la fortuna de nacer en una tierra inmensamente fecunda para que gocéis de todas sus bondades, con todos los derechos del hombre, porque Dios hizo iguales a todos sus hijos, para que así, ninguno se sintiera esclavo. Hoy, esa libertad se ve mancillada por la ignominia y la maldad. ¡Necesito de vosotros! ¡De todos vosotros para que la antorcha que aquí se enciende no se apague jamás! Para que vuestro ejemplo sea el estandarte que atraiga a todos los amantes de la libertad y de la justicia. ¿¡Estáis dispuestos a seguirme?!. Con la espada del capitán Allende en su mano, Hidalgo dijo: Mexicanos, el símbolo de nuestro redentor ésta aquí, en la espada. Es la cruz de nuestra santa religión. Y en esta hoja, esta la cruenta lucha que habremos de entablar para alcanzar nuestros propósitos. ¿Seriáis capaces de enfretaros a un enemigo superior y dar vuestra sangre para salvar vuestros hogares y redimir vuestra patria? ¿Juráis entonces, ser fieles a la causa, con toda vuestra fe y espíritu puestos en la empresa? ¡Sea! La virgen santísima os lo pagará con creces. Salía el sol, un nuevo sol para los nacidos en esta gran tierra. El cura Hidalgo levantó la voz diciendo: ¡Viva La Independencia!..¡Viva nuestra Santa religión!…. ¡Viva América!… ¡Viva Fernando VII!..¡Viva la libertad!…. ¡Muera el mal gobierno!…. “No puedo ofrecer mucho de momento, pero a todos aquellos que se incorporen a las filas con arma y caballo, se le pagará un peso diario y cuatro reales a los que vayan a pie. ¡Capitán Allende!,.. ¡Capitán Aldama ¡ ya tenéis un ejercito. Formadlo en compañías que habremos de partir a campaña. Los campesinos escucharon complacidos las promesas hechas por el cura. Por fin dejarán de llevar acuestas el yugo español. Así, el fervor religioso y el resentimiento se conjugan para la participación popular en la lucha revolucionaria. El rey Fernando VII Hacia el mediodía, los rebeldes sumaban unos 800 hombres. Los brillantes fusiles, los quepas y las guerreras de los 34 soldados del Regimiento de la Reina que decidieron unirse a los “Insurgentes”, hacían un señalado contraste con los arapos, las hondas, los palos e instrumentos de labranza , algunas lanzas espadas y machetes de los indios. Fotografía que nos muestra el inicio de la ruta de don Miguel Hidalgo en su lucha por la independencia (Dolores Hidalgo) la casa que observamos era la de don Mariano Abasolo Hidalgo sin prisa deja órdenes en su casa. Después de un rato sale, monta su caballo blanco, toma una garrocha de 4 varas y emprende el camino, seguido de indios, mestizos, criollos, bandoleros y prisioneros españoles, quienes tiempo después serian llamados insurgentes Virrey Don Francisco Javier Venegas El 14 de septiembre de 1810 toma posesión como Virrey de la Nueva España el Teniente General Francisco Javier Venegas y a los pocos días, recibió las noticias de la insurrección acaudillada por Hidalgo. Una de las primeras medidas fue la de ofrecer 10 mil pesos a quienes dieran la muerte que tan justamente merecen por sus horrorosos delitos a los 3 cabecillas de la insurrección. Fue Venegas quien bautizó a los rebeldes y les dio un nombre imperecedero; para referirse a ellos en términos despectivos comenzó a llamarlos “Insurgentes”, pensando que así los insultaba. Ellos, en lugar de sentirse humillados, se apropiaron del nuevo apelativo y lo empezaron a utilizar para distinguirse de los Realistas. La columna estaba en movimiento hacia la libertad. Los vecinos parados en las puertas de sus casas y asomados a los balcones, presenciaban el extraño espectáculo. Hidalgo, desde su caballo, repartía adioses y saludos. Una muchacha, llamada Narcisa Zapata, le gritó asomada a la ventana. -¿Adonde se encamina usted, señor cura? -Voy a quitarles el yugo que tienen muchacha—le respondió Hidalgo alegremente. __ ¡Ay, señor cura! –Dijo entonces Narcisa con un gesto de angustia— ¡cuide usted que no vaya a perder hasta los bueyes! En la cercana hacienda de La Erre, el administrador les ofreció un magnifico almuerzo. Hidalgo satisfecho, después de la comida exclamó: -¡Adelante, señores! Vamonos, Ya se ha puesto el cascabel al gato. ¡Falta ver quienes sobramos! Los insurgentes en Atotonilco Todo es nuevo y jubiloso. En su camino hacia la libertad, pasan por varias rancherías, cuyos habitantes apoyan su noble causa, y muchos de ellos se suman al ejército libertador. Y así llegan al pueblo de Atotonilco (el nombre quiere decir “agua caliente”) famoso por su milagroso santuario, qué levantó a mediados del siglo XVIII el padre Alfaro, de la orden de los oratorianos, con su casa de ejercicios, sus 6 templos recamados de oro y de imágenes benditas y sus peregrinaciones medievales. De todos los caminos llegaban devotos, enfermos, pecadores, gente que cumplía la promesa de pagar los milagros ya recibidos o que solicitaban gracias celestiales para redimir sus necesidades. Venían a caballo o en mula, a pie o en carruaje. Fotografía de le iglesia de Atotonilco El paso del cura Hidalgo por Atotonilco, aparentemente privado de significación,.. tuvo consecuencias decisivas para el movimiento revolucionario. Hasta entonces, los insurgentes habían marchado sin bandera, y lo que es más, privados de una protección celestial que les sirviera de inspiración, de defensa y de consuelo. Había ciertamente que darles una imagen corpórea del favor divino, una patrona investida de poderes sobrenaturales cuya sola presencia bastara a remover en ellos lo más sensible de su conciencia primitiva. Hidalgo, con su profundo conocimiento del pueblo, eligió entonces una pintura de la virgen de Guadalupe, improvisó con ella un estandarte y agitándolo a la vista de todos, gritó inspirado:-¡Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe! ¡Viva América! Poco tiempo después los realistas eligen a la virgen de los Remedios como patrona y generala de sus fuerzas. La virgen de los Realistas. La virgen de los Remedios En Atotonilco se hace un recuento de los hombres que se han unido a la causa; por primera vez el capitán Allende le reclama al señor cura, por la cantidad de gente que se iba uniendo, que cree que si sigue creciendo el grupo insurgente a los pocos días no tendrían manera de alimentarlos o adiestrarlos para el combate. Por otra parte, los criollos quieren una guerra “ordenada” o sea formar un ejército disciplinado. Consideran que la “chusma” de Hidalgo lleva consigo una ira destructiva que habían acumulado a lo largo de años de maltrato y explotación. Salen de Atotonilco tomando el camino de San Miguel el Grande. Al frente de los insurgentes ondeaba el estandarte de la virgen de Guadalupe acompañado de un tambor indígena; los campesinos en masa compacta agitaban sus hondas, sus lanzas y sus flechas; la caballada avanzaba levantando nubes de polvo y los soldados del Regimiento de la Reina rodeaban a Hidalgo, que tenía un nuevo fulgor en sus vivos ojos verdes. A las seis y media de la tarde hicieron su entrada a San Miguel, ya para ese tiempo contaba con más de 5,000 almas. La ciudad los esperaba aterrorizados. Tocaron rebato las campanas del hermoso templo parroquial y eso llenó de alarma a los vecinos que corrieron a encerrarse a sus casas. Hubo momentos de tensión cuando la multitud llegó a la plaza. Ahí estaban formados los soldados del regimiento de la reina. Su jefe militar, un tal Camuñez, quien ordenó disparar contra la multitud. Después de un momento dramático que a todos les pareció un siglo, los soldados respondieron vitoreando a Allende y a Aldama. La muchedumbre rompió a su vez en gritos de júbilo, y de nuevo se oyeron vivas a la virgen de Guadalupe y mueras a los gachupines. Se dirigieron todos a las casas consistoriales, donde los españoles se habían encerrado. Por la puerta del viejo edificio salieron los sacerdotes de San Miguel. Allende habló con los clérigos dándoles su palabra de que nada les pasaría. Al oír los españoles la promesa de Allende, abrieron las puertas, entregando sus armas y dándose prisioneros. Con los que venían presos desde Dolores fueron llevados al recio edificio del colegio de San Francisco. Súbitamente estalló el desorden entre los insurrectos. Hombres y mujeres, hambrientos después de una fatigosa jornada, o descompuestos por el resentimiento y la ambición, se entregaron a la furia del saqueo. Allende al ver el saqueo de la chusma, lleno de ira, y montado en su caballo comenzó a repartir cintarazos con su espada hasta que los obligó a disolverse. Ya era de noche. En la casa donde se habían alojado se suscitó una acalorada discusión entre Allende e Hidalgo, la primera de muchas que luego habrían de tener. . Mesón de Guadalupe donde se hospedó Hidalgo en Celaya Rumbo a Celaya El día 19 de septiembre salen temprano rumbo a Celaya. Por delante van unos 2000 indios vestidos con arapos de manta, descalzos la mayoría y con huaraches los menos; sus armas no son otra cosa más que herramientas de labranza, hondas y piedras de río que cargan en unos morrales de ixtle; los mestizos con jorongos de terciopelo raído y sombreros de trigo de ala ancha, llevando lanzas y machetes; luego los criollos con chaquetas y chaparreras de cuero, botas con ricas espuelas, sombreros de lana de ala ancha y copa baja, armados con sables, viejos arcabuces y pistolas; después la tropa regular, luciendo sus casacas azules, sus buenos fusiles y sables tomados de los cuarteles de los regimientos. En medio del tumulto cerca de 78 rehenes españoles, preguntándose por su destino. Cerrando la pintoresca marcha, va la comitiva del cura Hidalgo, quien porta orgulloso el estandarte de la virgen Morena. Después de pasar por Apaseo llegan a las afueras de la ciudad de Celaya, Hidalgo manda intimidar a los españoles quienes asustados ocultaron sus caudales en los sepulcros religiosos del convento de nuestra Señora del Carmen. Celaya la ciudad de la rica cajeta y la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, obra del escultor don Eduardo Tresguerras. El día 20 hacen su entrada a la ciudad de Celaya sin mayores incidentes. En la plaza principal son recibidos por los miembros del ayuntamiento y por el clero del lugar. Los españoles de Celaya son detenidos y llevados al mesón de Guadalupe, situado en la plaza, en donde son encerrados junto a los españoles que traían prisioneros desde San Miguel. No obstante que hay vigilancia en los principales comercios, es imposible evitar algunos saqueos. Estando en Celaya, Hidalgo es nombrado capitán General; Allende, teniente General, y a Juan Aldama Mariscal. El día 23 más de 80,000 insurgentes salen de Celaya y después de pasar por Salamanca, Irapuato y Silao, ciudades en las que no encuentran resistencia sino aclamaciones y flores, siguen a la hacienda de Burras, situada a 6 leguas de Guanajuato, en donde se enteran que el virrey Venegas a puesto precio a las cabezas de los señores Allende, Aldama e Hidalgo. El precio por cada cabeza era de $10,000 mil pesos. Vista panorámica de Guanajuato siglo XVIII Llegan a Guanajuato En el tiempo de la independencia, Guanajuato era un real de minas, lugar lleno de oro y plata, figurando como la segunda ciudad más importante del virreinato. Lucas Alamán comparaba el abrupto suelo de su ciudad natal a un papel arrugado y Humbolt, que la visitó en 1804, escribía de ella “es admirable ver en este sitio salvaje, grandes y hermosos edificios rodeados de las cabañas miserables de los indios” (Alejandro de Humbolt científico y explorador Alemán nace en el año de 1769, hijo de una acaudalada familia, estudió en Alemania y Francia, donde se relacionó con los científicos más brillantes de su época. Llegó en el año de 1803 a la Nueva España) Guanajuato la ciudad subterránea con sus famosas momias, con sus galerías interminables, sofocantes y oscuras que se reúnen en la bocamina de la Valenciana, ese pozo negro todavía abierto, que tiene la seducción de los objetos nefandos, la boca del infierno que a cambio de devorar a los hombres vomitaba su diaria ración de oro y plata. Enterado del avance de Las tropas insurgentes el intendente Juan Antonio Riaño y Bárcena se prepara para la lucha. Se tocó generala, reuniéndose el batallón de infantería provincial compuesto de soldados bisoños, se repartieron armas a la “plebe”; y los españoles, cerrando sus comercios, acudieron temerosos al llamado después de exhumar toda clase de fusiles y viejas espadas. Riaño, realista fervoroso que no confiaba en el pueblo y ni siquiera en los soldados, decidió en la reunión organizar trincheras, concentrar la tropa y apoyarse sobre todo en los paisanos decentes que tenían armas. Estas medidas sin embargo no bastaron para tranquilizarlo y concretó un plan diferente, utilizar la recién construida alhóndiga. Por ordenes de virrey de la Nueva España don Miguel de la Grúa y Salamanca, Marqués de Brancifore había mandado construir a la entrada de la ciudad en un terreno donde había existido un huerto de granados, una alhóndiga (alhóndiga significa en árabe almacén o posada) Era un edificio no solo recio, sino hermoso, enorme, labrado en piedra, tenía 2 puertas, una al norte y otra al oriente, una doble hilera de angostas ventanas, un anchuroso patio sostenido por columnas doricas y dos soberbias escaleras. El proyecto original de la alhóndiga, que en 1776 había plasmado el viejo maestro alarife don José Alejandro Durán y Villaseñor, fue substituido por el nuevo diseño que hizo don José del Mazo y Avilés, director de arquitectura de la academia de San Carlos. Otras alhóndigas hubo en Guanajuato, dos por lo menos, que acabaron por resultar inútiles a causa de su escasa dimensión y porque sus constructores las hicieron en pésimo lugar, ya que en época de lluvia se inundaban. Así Riaño en 1797 comenzó a levantar la nueva alhóndiga que serviría para prevenir las hambrunas que tan duro sufrimiento causaba a los guanajuatenses. El recio edificio se concluyó en 1809, apenas unos meses antes de que Hidalgo lanzara el grito de Independencia. Fotografía antigua de la Alhóndiga de Granaditas Riaño pensaba que la alhóndiga, llamada “Castillo” por el pueblo, debido a su aspecto de fortaleza, era el lugar ideal para resistir el ataque de los insurgentes. Durante la noche del 20 de septiembre sigilosamente, hizo trasladar al severo edificio, los caudales reales, los fondos de la ciudad, los archivos del gobierno y del ayuntamiento. Foto tomada en el 2010, a media calle se observan unas molduras en la alhóndiga. Son de la entrada principal La Alhóndiga iba tomando el aspecto de una caja fuerte. Con más de tres millones de pesos fuertes, onzas de oro, barras de plata y alhajas de mucho valor que se acumulaban en las trojes. Se contaba con cinco mil fanegas de maíz, gran cantidad de víveres, un aljibe lleno de agua, así como 24 mujeres que había llevado el intendente para que se encargaran de cocinar. Tres capaces trincheras cerraban las calles de acceso hacia la alhóndiga. .Ataque a Guanajuato Guanajuato no fue fácil de tomar: el combate dio inicio al mediodía del 28 de septiembre. La bandada de insurgentes se lanza en tropel hacia la Alhóndiga tan pronto escucharon el grito de Hidalgo llamando al ataque. Los indios honderos dejaron caer una incesante lluvia de piedras. Mientras unos tiraban, otros partían piedras en el lecho de los arroyos y otros más llevaban los proyectiles a los de las hondas. Fue una pedriza letal que ensombreció el cielo de Guanajuato. Al ver que con los primeros disparos de fusil había caído el centinela de la puerta, salió de la alhóndiga el intendente Riaño, para dar protección con su pistola a los soldados que buscaban el amparo del edificio. Al querer entrar a el, apenas había subido un peldaño de la pequeña escalinata que lleva a la puerta principal, cuando una bala le penetró en un ojo y lo mató. Sus hombres lo tomaron en brazos y lo metieron a la alhóndiga, y ahí lo depositaron, en el cuarto numero 2. Acudió su hijo Gilberto, que se abrazó al cadáver de su padre. El dolor de verlo muerto fue tal que con su pistola pretendió suicidarse. Los oficiales que estaban presentes le arrebataron el arma y lo convencieron de no atentar con su vida. Mientras tanto el cura permanece en la retaguardia no participa, pero si observa en la lejanía como caen muertos los defensores que se encuentran fuera de la alhóndiga y como los indios continúan su camino sobre los cadáveres en un desorden alarmante. Los defensores comienzan la batalla desde dentro del castillo; los cañones eran tan potentes, que cada una de las balas disparadas bastaba para matar a docenas de insurgentes. Por las pequeñas ventanas lanzaban botellas con mechas encendidas que al caer explotan causando tremendas bajas. Estas botellas, ideadas por el hijo del intendente, tenían el mismo efecto que las granadas; al parecer las botellas metálicas contenían azogue, metralla y pólvora, materiales que al estar en contacto con el fuego explotaban, se expandía una sustancia que carcomía la carne y despedazaba los cuerpos. No obstante, los sublevados no se dan por vencidos y continúan luchando valerosamente. Y aunque las armas de los realistas superan en mucho a las piedras de sus enemigos, el número de estos continuaba siendo infinitamente mayor. Los indios casi todos mineros de Guanajuato, apostados en los cerros, siguen lanzando un verdadero alud de piedras y que no logran otra cosa más que golpear a los mismos indios que intentan desesperadamente entrar a la fortaleza. Repentinamente, los españoles y sus partidarios se sienten perdidos y tratan de rendirse: arrojan papeles blancos desde la azotea y ondean una especie de manta blanca por una ventana, pero ya era demasiado tarde. El Pipila preparándose para incendiar la puerta El pueblo decide prender fuego a la puerta principal. Varios mineros se ofrecen como voluntarios para ir a quemarla. La idea no parece descabellada y se les proporciona brea, aceite, betún y ocotes. Se amarran como pueden unas lozas de piedra en la cabeza y en la espalda, que sirven como escudo contra las balas de los defensores; unos a pie y otros arrastrándose. Se van acercando hasta la puerta; uno de ellos, de quien se dice se llama Juan José de los Reyes Martínez, y es apodado “El Pipila”, llega hasta el portón y comienza a untarlo con lo que llevaba, toma una rama de ocote encendido y le prende fuego. Los demás hombres lanzan cargas de aceite hacia la puerta y en unos minutos ésta se convierte en una hoguera. La puerta está desecha, se había encontrado la manera de forzar la resistencia de la alhóndiga. Se reunió a los soldados, sonó una descarga y rodaron los primeros asaltantes. Antes de que tuvieran tiempo de recargar los fusiles, el pueblo en un impulso incontenible penetró en la alhóndiga. Los viejos enemigos estaban frente a frente. Los mundos enemigos chocaban con fuerza y el odio que el sistema colonial se había empeñado en fomentar durante más de tres siglos, desbordaba sus causes en una inundación incontenible. Era el fin. Los españoles que en su mayoría eran pacíficos tenderos, tomados por el pánico, arrojaban a través de las ventanas de la alhóndiga, onzas de oro y pesos de plata para seducir y saciar la codicia de los atacantes, otros pedían a gritos la capitulación y no pocos se echaban a los pies de los sacerdotes e iniciaban en alta voz el recuento de sus numerosos pecados. Los españoles, de rodillas imploraban clemencia: - No me mates sin confesión –gemían arrastrándose por el suelo. - Ya te confesaras en el infierno- respondían sus antiguos esclavos acribillándolos a lanzazos y garrotazos. Bellísimo interior de la Alhóndiga de Granaditas, fotografía del 2000 Los señores Allende, Abasolo, Aldama y el cura Hidalgo se dirigen hacia la fortaleza, intentando contener a la plebe que, frenética, comienza a entrar, dando comienzo a una matanza de monstruosas dimensiones. El espectáculo es tremendo: cuerpos descuartizados, sangre por doquier, decenas son degollados, gente que cae desde el segundo piso y se estrella en el patio, indios que clavan una y otra vez los trinches en los cadáveres. A las 5 de la tarde acabó el combate, después de 4 horas de horrenda mortandad. Solo unas cuantas familias se salvan de esta terrible masacre. No se reporta ninguna baja entre los jefes insurgentes; del lado de los realistas mueren todos, incluido el intendente Riaño, que recibió un balazo que le perforó un ojo, Sin embargo, el saldo de los muertos alcanzaba a 600 de los defensores y casi 3000 de los atacantes. Los sobrevivientes son llevados a la cárcel, atados y cubiertos de heridas. La sombra de la noche borró el perfil de Guanajuato. Entonces, a la luz de teas y de antorchas, la horda de los vencedores se entregó al saqueo. Buscan los tesoros guardados en la alhóndiga. Pronto hallaron las barras de plata, los grandes cofres llenos de monedas de oro y plata, las arquillas con las alhajas de las mujeres, todo lo cogieron, desoyendo las voces de mando de los oficiales. Grandes hogueras iluminaban el ataque de cientos de hombres que rompían las puertas de las tiendas, comiendo y bebiendo hasta hartarse. Asaltaban las casas de los españoles; las mujeres corrían despavoridas a esconderse; los muebles y las ropas eran arrojadas a la calle, los indios descalzos, se ponían sobre sus pobres vestidos de manta, la fina ropa de los ricos del pueblo, andaban dando traspiés, ebrios y exaltados por las calles de Guanajuato. Se suelta un aguacero muy fuerte que sirve para arrastrar cuesta abajo la sangre derramada en la lucha. Al día siguiente el alba iluminó un cuadro de desolación y muerte. Muertos por doquier, muebles despedazados, víveres, licores y puertas arrancadas, obstruían las calles. Se da comienzo a sepultar a los muertos, en zanjas que se abrían en el lecho seco del río Cata, y los cadáveres de los españoles, arrastrados de pies y manos eran conducidos al camposanto de Belén. Muchas familias que la víspera eran propietarias de grandes riquezas ahora se hallaban arruinadas; las tiendas estaban saqueadas, y las cajas de los bancos, descerrajadas y vacías; las esposas habían perdido a sus maridos y las madres a sus hijos. De ellas doña Victoria Saint Maxent, la mujer del intendente Riaño, era quizás la más desdichada. Enferma y con un hijo moribundo en una noche perdió marido, posición y riqueza. Todo ese mundo de altares dorados, de lujosos carruajes, de suntuosas fiestas, de medias de seda y de cajas de hierro atestadas de onzas y barras de plata, en un día voló en el aire hecha pedazos. Por la tarde de día 29, Hidalgo recibe un edicto publicado el día 24, en el que su amigo el obispo Abad y Queipo califica al cura Hidalgo y a sus seguidores de perturbadores del orden público, perjuros y sacrielagos, imponiéndoles la pena de la excomunión mayor. A Hidalgo en particular se le acusa de “impío que sembraba en todas partes el horror, la desolación, los robos…..”. Cabe decir que el obispo Manuel Abad y Queipo fue nombrado obispo por la regencia, y nunca fue presentado por el papa; además, por ser hijo natural no podía ser sacerdote ni obispo, según las leyes eclesiásticas de aquella época. Sin embargo, aceptan la excomunión dictada por él. Manuel Abad y Queipo, que es obispo de Michoacán, permanecerá en su cargo hasta 1815, en que sale huyendo hacia España. Hidalgo intenta calmar a los jefes militares al recordarles que el edicto es nulo, que proviene de un obispo designado pero aún no consagrado. El generalísimo Hidalgo, como lo llama la tropa, establece en la alhóndiga un ayuntamiento con la finalidad de reorganizar sus fuerzas; nombra autoridades, instala una fundición de cañones y acuña monedas para la paga del ejercito. El ingeniero de minas don José Mariano Jiménez se presenta ante Allende con el propósito de enrolarse en el ejército; Allende, al ver que se trata de una persona con capacidad intelectual y conocimientos de explosivos, lo acepta de inmediato confiriéndole el grado de coronel. Después de haber servido al propósito inicial para el que se construyó, la alhóndiga fue escuela, fabrica de cigarros y puros, cuartel, vecindad. A Maximiliano que la visitó en 1864, le gustó para cárcel, y cárcel fue durante casi un siglo. En la actualidad es un museo que alberga preciosas riquezas de arqueología, historia, arte y artesanía. Salen rumbo a Valladolid El 8 de octubre sale en avanzada rumbo a Valladolid una tropa de 3000 hombres encabezados por don Mariano Jiménez. Dos días después, lo hace el cura Hidalgo con todos los demás, y en su paso por Acámbaro se enfrentan por primera vez con las tropas reales, dirigidas por don Diego García y Rul siendo estas tomadas prisioneras. El camino a Valladolid es lento y tortuoso, pues los que van caminando llevan consigo desde sillas, mesas y ropa, hasta borregos, chivos, becerros y gallinas. Continuamente se detienen, el avance es lento ya que los indígenas arrean con toda la familia y la marcha se complica a cada instante. Por momentos aquello parece más una antigua migración azteca, que un batallón revolucionario. Al ejército se han incorporado mineros, trabajadores de la obra, artesanos, pobres de la ciudad y en general masas explotadas urbanas y del campo. A ellos se unen también sectores de la pequeña y mediana burguesía urbana y rural, así como integrantes de las capas medias: intelectuales, oficiales del ejército, funcionarios de segunda categoría y del bajo clero. Ante la eminente llegada del ejército insurgente a Valladolid, los señores Alonso de Terán y Abad y Queipo. Principales autoridades civil y religiosa, respectivamente, se fugan de la ciudad en compañía de muchos españoles. Las autoridades interinas, sabiendo que han perdido a la tropa real que la defendería e intentando evitar una masacre como la de Guanajuato, entregan la ciudad a cambio de ser respetada. Transformación de Hidalgo El cura Hidalgo se va transformando en un personaje harto peculiar, no sólo por sus ideas, que son cada día más radicales, ni sus comentarios de guerra, que sobrepasan la paciencia de los jefes militares, sino también por la vestimenta extravagante que ha adquirido. Antes de realizar su entrada triunfal el 17 de octubre a Valladolid, ciudad sometida, Hidalgo se agencia una especie de uniforme que, más que causar respeto, provoca asombro entre la multitud. El cura calza media bota, pantalón morado, chaleco encarnado, casaca verde, un pañuelo amarillo al cuello, una banda azul en la cintura y otra terciada al pecho, con una águila rampante pintada; en la cabeza lleva un raro sombrero lleno de plumas de colores, menos el blanco; una cimitarra en la cintura y, para rematar, el estandarte de la virgen Guadalupana en su mano. Así luce actualmente Valladolid (hoy Morelia) Entran a Valladolid Hidalgo, Aldama y Allende a la cabeza del ejército desfilaban por la calle real de Valladolid entre las jubilosas exclamaciones de la multitud. En sus oídos sonaban las campanas tal como suenan hoy después de casi 200 años. Distinguía las grandes y las pequeñas de la catedral, las graves y armoniosas de San Agustín, mezcladas a las chillonas e insistentes de los conventos de monjas. Desde lo alto de su caballo, su mirada penetraba en cada calle, en cada rincón de la ciudad en la que tantos años vivió. Hidalgo emite En Valladolid un decreto en el que se da la abolición de la esclavitud y el comercio de esclavos. . Casa donde se alojó Hidalgo a su llegada a Valladolid El día 19 los indios iniciaron el saqueo de las casas de los españoles ausentes, y Allende, que no había tomado partido del pueblo, como Hidalgo, sino que obedecía a los dictados de su clase y de su jerarquía militar, mandó disparar un cañón que dejó un reguero de muertos y heridos. El temible Don Félix María Calleja del Rey El “Amo don Félix”, como lo llamaba la plebe y sus mismos soldados, le faltaban tres años para cumplir los 60, de los cuales la mitad los había vivido en México. Era amigo de Allende e Hidalgo. Estaba Calleja en la hacienda de Bledos, San Luís Potosí, que había recibido en dote al casarse con la rica señora doña María Francisca de la Gándara,. joven mujer de 24 años de edad Ahí tuvo noticias- el 17 de septiembre de 1810- del levantamiento del cura de Dolores. Sin siquiera esperar instrucciones del virrey se dirigió a todo galope a la ciudad de San Luís, al llegar convocó a los más notables moradores a una junta urgente para informarles acerca de la revolución, y a su vez hacerles notar el grave peligro que representaba aquel movimiento para la vida, hacienda e intereses de todos los peninsulares. Con el apoyo económico de los poderosos de San Luís, en unos cuantos días formó la décima brigada de milicias y sus famosos “Tamarindos” se les llamó así, por el color de sus lujosos uniformes de gamuza. Entre los tamarindos iban tres jóvenes que por primera vez salían a la guerra: Anastasio Bustamante- medico sin título-, Manuel Gómez Pedraza y Miguel Barragán. Ellos 3 serían Presidentes de la República ya en el México independiente. Por sus ojos verdes y su cara que semejaba a la de un gato, algunos le decían el “tigre”. Salió el 24 de octubre de San Luís Potosí, con un ejército de cuatro mil hombres- tres mil jinetes y mil infantes- bien armados y sobre todo bien disciplinados. Llegó a Dolores el 28 de aquel mes. Ahí se unió al ejército que mandaba el intendente de Puebla don Manuel Flon, Conde de la Cadena, que había llegado de Querétaro. Pocas veces se han juntado dos personajes tan crueles y sanguinarios, Calleja terminaría siendo virrey y Flon seria asesinado por un grupo de insurgentes. La primera orden que dictaron fue saquear la casa de Hidalgo y la de todos aquellos que habían tenido tratos con el cura o que simplemente le habían mostrado simpatía. Se sacaron todos sus muebles a la calle haciéndose una gran pira en la que ardieron todos sus libros. Sabiendo Hidalgo que Félix María Calleja y sus fuerzas se encuentran aún en las inmediaciones de San Luís, decide ir sobre la ciudad de México. (Félix Maria Calleja, nace en el año 1755 en Medina del Campo, España. Llegó a la Nueva España como capitán al servicio del segundo conde de Revillagigedo. Al iniciar la guerra de Independencia, era jefe de la brigada de San Luís Potosí. Fue nombrado virrey en el año de 1813) Hidalgo abandona Valladolid Hidalgo abandona la ciudad de Valladolid. Había entrado con 50 mil hombres y salía con 80 mil. El dinero tomado a la clavería de la catedral con el argumento persuasivo de un cañón apuntando a la puerta principal, viajaba en baúles y cofres, a lomo de mulas, custodiado por soldados en medio de los coches, los caballos y las masas de indios que descalzos y desgarrados, cargaban el botín y desfilaban, muchos de ellos por ultima vez, a través de la calle real coronada de altas torres rosadas. El objetivo era la capital del virreinato; la orgullosa e inaccesible ciudad de México Encuentro con Morelos en Charo Al día siguiente, el 20 de octubre, se encuentra en la población de Charo con su discípulo el cura de Nocupétaro y Carácuaro, don José Maria Morelos y Pavón, quien se pone a sus órdenes para participar en el movimiento libertario. Ambos charlan por un rato y el padre Hidalgo le dice que le acompañe por el camino hasta Indaparapeo, a fin de que le hiciera saber los motivos que le han llevado a tomar las armas. Casa en donde se encontraron Hidalgo y Morelos en Charo El cura Morelos, hijo de un modesto carpintero de Valladolid, forma parte de una de las muchas castas existentes en el país. A base de esfuerzos constantes logró ordenarse como presbítero, después de haber sido comerciante y arriero en pequeño: había llegado hasta donde podía avanzar el mestizo en una sociedad como la colonial, pero siente en carne propia la explotación de los Peninsulares. El cura Hidalgo lo alienta para que regrese al sur, de donde es originario, a organizar la gente de la sierra, ya que considera que el movimiento debe extenderse y llegar a todos los rincones del país. Su primera misión formal es la toma del puerto de Acapulco. Con esas instrucciones toma camino hacia el sur, pasando por la cuenca del Balsas reclutando gente seleccionada; no una chusma incontrolable, sino pequeñas partidas guerrilleras. A diferencia de Hidalgo, Morelos tiene la astucia de conjuntar un admirable equipo de ayudantes, como son: Matamoros, los Galeana, los Bravo, Verduzco, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Esa sería la última vez que dichos insurgentes se encontrarían. Después de pasar la noche en Indaparapeo, marchan hacia Acámbaro; en su camino pasan por la población de Zinapécuaro, en donde se suman más indios a la causa. Al anochecer llegan a Acámbaro. Al día siguiente, se manda formar a toda la gente en regimientos de mil hombres; la horda en ese momento rebasa los 80.000 hombres, y a cada agrupamiento se le asigna un jefe. Los jefes del señor cura hasta los capitanes, se presentan vestidos a la usanza francesa del momento: casaca y pantalón azul; vueltas, puños, collarín y solapa de color encarnado; charreteras y bordados en hilo de oro y plumas. El señor cura lleva sobre la solapa, y al centro del pecho, un gran bordado de la virgen de Guadalupe y, terciado, un tahalí de terciopelo bordado que llega hasta la cintura, de donde prendía la espada. Ese día se hacen promociones de grado y se proclama el ascenso de los primeros jefes: el señor cura, a generalísimo; Allende capitán general; los señores Jiménez, Juan José Díaz, Balleza y Arias, el mismo que denunciara la conspiración de Queretano y que puesto en libertad, se unió a la causa, a tenientes generales; los señores Abasolo, José Antonio e Ignacio Martínez, mariscales de campo, y cada uno de los que tenían a su cargo mil hombres fueron hechos coroneles. Por razón desconocida, Hidalgo no haciende a Aldama, lo cual molesta a Allende, ya que este fue uno de los primeros participantes del movimiento. Antes de salir, Hidalgo se entera de que su casa en Dolores ha sido saqueada y convertida en cuartel, y que su cuñada Gertrudis, viuda de su hermano difunto, don Manuel, ha sido detenida junto con sus 4 hijos en la prisión del lugar. Tal hecho, en lugar de presionar al cura a dejar la lucha, le llena de ira contra los que han obrado en su contra. Con rumbo al oeste, llega a Maravatío, en donde le esperan algunos hombres armados, con Ignacio López Rayón al frente. El licenciado es un hombre culto y trabajador que decide dejar su mina para unirse a la causa con sus empleados. Hidalgo que le conoce de tiempo atrás, habían sido vecinos en Angangueo, lo nombra su secretario particular. En 3 días llegan a Ixtlahuaca, en donde la población echa al vuelo las campanas para festejar su llegada. En ese momento la tropa es de casi 150.000 hombres, por lo cual resulta imposible adiestrar a los recién llegados. El día 28 de octubre se alistan para salir hacia Toluca. En la ciudad de México se ha corrido la voz de que las tropas insurgentes se encuentran cercanas. Una serie de aguaceros comienzan a inundar el centro de la ciudad y sus habitantes españoles prefieren no salir de sus casas después de los hechos ocurridos en Guanajuato. Al día siguiente el ejército insurgente siguiendo los pasos del Regimiento Real, llega a Toluca justo después de que Trujillo y su ejército abandonara la ciudad. En Toluca son recibidos con júbilo por el pueblo entero; allí mismo duermen, sabiendo que al día siguiente marcharan rumbo a la ciudad de México. Esa noche Allende y los altos mandos del ejército, realizan un plan de batalla con 2 estrategias: una se realizara en caso de que ellos ataquen y la otra en caso de ser atacados. En ese momento los insurgentes contaban con 3.000 infantes, 14.000 hombres a caballo y una turba de 70.000 indios que solo contaban con palos, lanzas, hondas, flechas y armas para rematar, pero no para luchar. |
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