Monclovita la Bella Historias Por: PROFESOR Manuel Limon Tovar
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![]() ![]() Estaban enterados que a la tropa a la que se enfrentarían no sobrepasaba los 2.000 hombres y 2 piezas de artillería, comandados por Torcuato Trujillo. Así luce hoy en día el lugar donde sucedió la batalla del monte de las cruces La Batalla del monte de las Cruces Hidalgo, preocupado con la eminente batalla abandonó pronto Toluca y al día siguiente salió de Tianguistengo en busca de Trujillo, quien estaba pertrechado en El Monte de las Cruces, llamado así por las numerosas cruces que recordaban a los viajeros asesinados por los forajidos de la región. Se realiza una misa masiva para pedir la ayuda divina en la batalla. El cura Hidalgo no oficiaba misa desde Dolores por lo cual son otros padres los que llevan a cabo la celebración. A eso de las 8:00 de la mañana del 30 de octubre, comienza la lucha: los jinetes expertos salen primero para observar movimientos y alertar si el enemigo esta cercano. La espesura del bosque no les permite darse cuenta de la posición exacta de los realistas. Hacia el mediodía el ejército llega al punto indicado por los vigías y Allende da la orden de iniciar el ataque. Los primeros en caer son los indios que cubriendo su pecho con los sombreros intentan frenar el paso de las balas. Varias horas se luchó ferozmente Allende cae herido Allende, lucha, da órdenes, y de pronto en el fragor de la batalla su caballo cae mortalmente herido. Centenares de muertos, heridos que gritaban sin ninguna esperanza de ser atendidos cubrían el campo de batalla. Una traición de Trujillo precipitó el desenlace de aquella lucha accedió en un momento a parlamentar, y cuando los insurgentes se acercaron confiados, los asesinaron a tiros arrebatándoles el estandarte de la virgen de Guadalupe. Los hombres de Hidalgo llenos de cólera lanzaron su último ataque y Trujillo, sin importarle mucho la deshonra de ser vencido se abrió paso entre los soldados, y huyó hacia Cuajimalpa. Ahora México, visible en lo que fue la región más limpia y transparente del aire, se ofrecía indefensa, más Hidalgo se mantuvo indeciso y al final decidió remontar de nuevo los cerros y emprender de nuevo el camino de regreso a Valladolid. ¿Qué hizo retroceder a Hidalgo? ¿Por qué no atacó a la ciudad de México? Tres días permaneció inactivo con su enorme ejército de 83.000 hombres. Ninguno tal vez recuerde que a poca distancia, Hidalgo tomaba, lenta y trabajosamente una decisión fatal para la causa de la independencia. Cierto es que Calleja y don Manuel Flon Conde de la Cadena marchaban a la ciudad de México, cierto es que tenia escasos pertrechos y podía verse cortado entre 2 ejércitos, pero estas razones eran casi nulas ante el hecho evidente de que la ciudad no le hubiera ofrecido una seria resistencia. A partir de la Batalla del Monte de las Cruces la estrella de Hidalgo inició su descenso y la nación debería sufrir ruinas y muertes a lo largo y ancho del país, por espacio de 11 interminables años. Al no entrar Hidalgo a la ciudad de México deshizo el camino que debería conducirlo a la victoria y sin saberlo anduvo el camino de la derrota. Vista panorámica de San Jerónimo Aculco PRIMER ENFRENTAMIENTO CON CALLEJA Calleja llega el primero de noviembre, a Querétaro. Sabedor de los sucesos de la capital, movilizó a sus fuerzas hasta un lugar llamado arroyo Zarco. Ahí esperó a los insurgentes, que entraron el día 6 de noviembre a un pequeño poblado llamado San Jerónimo Aculco encontrándose inesperadamente con Calleja, el enemigo más capaz de la revolución. En contra de lo acordado, Hidalgo decide atacar en ese punto, desoyendo las advertencias de Allende, quien molesto no tiene más que esperar a verse rodeado por el ejercito de Calleja, que, si no más grande que el insurgente, logra impresionar su organización. El primer ataque es el de los insurgentes, quienes reciben a cambio una lluvia de balas, entre ellas las de los 6 cañones que avanzaban al frente de la tropa. Una de las balas de cañón cae en un soldado de caballería, tumbándole la cabeza. Su caballo asustado, corre al frente de ambos bandos, causando un gran impacto entre los indios, que comienzan a retirarse en desorden, haciendo que el ejército no solo perdiera un gran numero de hombres al ser muertos por la espalda al querer huir si no la mayor parte de las armas, municiones, documentos importantes del movimiento y el estandarte de la virgen. Las armas superiores de los realistas causaron estragos en aquella muchedumbre indefensa que se dispersó en medio de un confuso griterío, seguidos de cerca de los vengativos soldados de la corona. La batalla duró poco más de una hora y terminó con la derrota de los insurgentes que perdieron 8 cañones, 120 cajas de pólvora, 50 balas de cañón y $ 300.000 pesos. Ante tal desastre, en las tropas insurgentes se genera la deserción de cerca de la mitad de sus tropas. A estas alturas Allende e Hidalgo no se hablan más. Allende le manda decir a Hidalgo que él y sus hombres regresan a Guanajuato y que considera convenientemente que él se dirija a Valladolid; el plan es juntar más tropas y fabricar cañones para ayudarse mutuamente en caso de que sea necesario. El cura Hidalgo regresa a Valladolid Hidalgo seguido de un puñado de indios entra a Valladolid, secretamente, cansado, abatido y hecho jirones. La ciudad permanecía fiel al antiguo rector de la máxima casa de estudios de la ciudad. Al poco tiempo logra levantar un nuevo ejército, rehacer y responder a los cargos de sus enemigos. Ya estando en Valladolid Hidalgo entregó a la turba 80 españoles que lo acompañaban, en solo dos noches los pasó a cuchillo, mutilando a algunos en forma espantosa antes de quitarles la vida. “El Castrador” era uno de los cabecillas de esa chusma. De él dice don Elías Amador: “Estaba poseído de un carácter inmoral y de apetitos sanguinarios que lo hacían temible y repulsivo, pues durante el tiempo que estuvo en las filas de la insurrección cometió actos verdaderamente atroces, mutilando a muchas de sus victimas en las partes más delicadas y ocultas del cuerpo, para que los españoles no siguieran propagando su raza, por lo que se le aplicó el vergonzoso apodo de “El Castrador”. EL cura Hidalgo abandona Valladolid el 20 de noviembre con 7.000 mil jinetes y 240 infantes emprendiendo el viaje hacia la Perla Tapatía (Guadalajara) tras la invitación que le hace “El Amo Torres”. Allende, Calleja y Flon en Guanajuato Mientras tanto Allende llega a Guanajuato el 13 de noviembre, en donde participa el día 18 con su tropa en la prosecion de la Virgen Santísima patrona de Guanajuato. Escribe Catón (hermosísima imagen cuya historia- según varios autores- data del año 714: cuando los moros invadieron España la virgen fue ocultada en una cueva, donde permaneció hasta 1492, al caer Granada en poder de los cristianos. Después, en el año de 1577 Guanajuato recibió la bella estatua como un obsequio de Felipe II a la ciudad que tantas riquezas daba a su corona). Salió en procesión aquella imagen haciendo un recorrido por las calles de la ciudad. Al día siguiente Allende comienza a realizar planes ante un posible ataque realista, ya que sabe que Guanajuato es punto estratégico para cualquier ejército. Manda colocar cañones en la cañada de Marfil y a la vez manda 2 cartas (cada una con 3 copias para que no exista posibilidad de perderlas) a Hidalgo pidiendo refuerzos ante la eminente batalla. En ellas le pide al cura que informe a Iriarte y a Torres que se encaminen hacia la ciudad para que ataquen por la retaguardia al ejército de Calleja y así rodearlo y acabarlo de una vez. No se saben si esas cartas llegaron a manos de Hidalgo, lo cierto es que no hay respuesta alguna. Llegada de Calleja y Flon a Guanajuato Narra Catón en su libro la otra historia de México. La mañana del 24 de noviembre de 1810 los realistas cayeron sobre Guanajuato, Allende pensó que el pueblo los ayudaría en el combate. Vano pensamiento, la plebe subió a los cerros y ahí se sentaron hombres y mujeres a contemplar las acciones como si aquello fuera un circo o un teatro. Se angustió Allende al saber que no había funcionado el plan de Casimiro Chovel la de hacer estallar los barrenos cuando los realistas fueran pasando por la cañada de Marfil y algunos hondos desfiladeros que conducen a la ciudad. Un abogado y regidor de Guanajuato, se las arregló para informar a Calleja del plan urdido por los insurgentes, y los atacantes entraron por partes diferentes. Calleja lo premió haciéndolo intendente, el mismo cargo que había tenido aquel hombre ejemplar que fue don Juan Antonio Riaño y Bárcena. Una a una fueron cayendo las posiciones de los insurgentes en manos de los realistas. El ataque de Calleja era implacable. A las 2 de la tarde los atacantes tuvieron el camino libre para entrar a Guanajuato. A esa hora Allende abandonó la ciudad dejando solo a Jiménez que luchó hasta el final. Al ver que los realistas se apoderaban de ciudad, un negro al que llamaban Lino enardeció a la turba y con un montón de indios armados de picas, puñales y garrotes se dirigió a la alhóndiga, donde estaban presos muchos españoles. La Alhóndiga tiene dos entradas. Por esta entró don Miguel Hidalgo fotografía del 2010. Algunos trataron de detenerlo, y en la puerta del edificio varios sacerdotes procuraron disuadir al negro de su siniestro propósito. Todo inútil. La chusma los hizo a un lado y entró a la alhóndiga; ciegos de odio y furia, aquellos hombres se dieron a la tarea de degollar a los inocentes españoles, hombres, mujeres y niños corrieron con la misma suerte, fueron atrozmente degollados. Escenas horripilantes se vieron nuevamente en aquel imponente edificio: niños que eran muertos estrellándoles el cráneo contra la pared; los asesinos se mojaban las manos con la sangre de aquellos infelices y luego se pintaban con ella el rosto y brazos; mujeres agonizantes o ya muertas, en cuyos cuerpos se cebaba la lujuria de los atacantes. Más de 200 infelices fueron bestialmente masacrados, siendo su único delito el haber nacido en España. Al tener conocimiento de la atrocidad cometida por los insurgentes, Calleja y Flon entraron a la ciudad tocando a degüello. Es esa una orden militar según la cual todo aquel que sea cogido es en el acto muerto. Iban pues los realistas por las calles de Guanajuato matando al que veían. Llegando Flon a la plaza le salió al encuentro fray José María de Jesús Belaunzarán que tomó de las bridas al caballo que montaba Flon, obligándolo a detenerse y le puso frente al rostro un crucifijo que llevaba, al tiempo que le decía con fuerte voz llena de enérgica resolución. --¡Señor! Esa gente no ha causado el menor daño. Si lo hubiera hecho vagaría fugitiva por esos montes, como andan muchos otros. Suspenda Señor, la orden que ha dado. ¡Se lo pido por este Señor, que en el último día de los tiempos le ha de pedir cuenta a usted de esa sangre inocente que quiere derramar! Flon, impresionado, ordenó de inmediato la suspensión de la matanza. Calleja hizo lo mismo. Fotografía tomada en el 2010 a la entrada de la calle José María de Jesús Belaunzarán. Hoy en día existe en Guanajuato una calle subterránea, por cierto muy hermosa, única en el mundo, que atraviesa la ciudad, llevando el nombre de aquel buen fraile protector. Después el padre Belaunzarán llegaría a obispo- lo fue en Linares Nuevo León, de 1831 a 1838- y él consagró la catedral de Monterrey el año de 1833. Calle subterránea en Guanajuato llamada Jose Maria de Jesús Belaunzarán La ira de Manuel Flon conde de la Cadena Narra Jean Meyer en su libro” Camino a Bajan” Por la mañana del 26 de noviembre de 1810, don Manuel Gómez Pedraza oficial del ejército realista, estando en la plaza mayor de Guanajuato recibió orden de llevar 60 prisioneros insurgentes personas escogidas y notables a la Alhóndiga de Granaditas y entregarlos al conde de la Cadena, Manuel Flon, y segundo por su representación en el ejercito. “Cuando entré al pavoroso patio- relata aquel testigo-se paseaba por uno de los costados el conde, única persona que había en todo aquel recinto. Tendría 60 años, su estatura era ordinaria, su traje sencillo y descuidado; una vasta casaca cubría sus anchas y abovedadas espaldas, y en sus bolsas ocultaba ambas manos. Su cara era ceñuda y esquiva; una piel hosca y rugosa; sus ojos hundidos, penetrantes y fieros; un mirar altivo y desdeñoso; sus cejas canosas, largas y pobladas daban a su fisonomía un aspecto imponente e ingrato. Sus pasos descompasados y tortuosos, su faz animada por la venganza al recordar la atrocidad cometida unas horas antes por los insurgentes, su boca contraída y convulsiva, manifestaban las pasiones violentas que lo dominaban, e imprimían a su persona un carácter de ferocidad salvaje e inexplicable. ”Ordenó Flon al joven oficial que hiciera desmontar seis dragones y un cabo para que custodien la puerta y que encerrara a los presos en los diversos cuartos de la alhóndiga. Consérvese el resto de la tropa y aguarde usted mis órdenes” Así se hizo, y a pocos momentos entró el capitán don Manuel Solórzano, con uno o dos sacerdotes que empezaron a confesar a los infelices prisioneros. Después de confesados y tras vendarles sus ojos con sus mismos pañuelos eran conducidos al pasadizo que remataba en la puerta tapiada. Cuatro soldados se destacaban de la fila y fusilaban a los sentenciados volviendo inmediatamente a incorporarse a la tropa, que a pie firme permanecía en el centro del patio. El señor Flon, entretanto, se paseaba inexorable y terrible en el corredor fronterizo al lugar de las ejecuciones, cebando sus ojos en ellas y recreando sus oídos con el estallido de los fusiles.” “A poco tiempo de esta carnicería – sigue recordando Manuel Gómez Pedraza- quedó el pasadizo inundado de sangre, cuerpos despedazados, regado de sesos y sembrado de pedazos de cráneos de las victimas, hasta el extremo de ser preciso desembarazar el sitio de los cruentos escombros, sin cuya diligencia no podía ya pisarse el pavimento. Para ejecutar esta operación se trajeron de la calle algunos hombres, y con sus mismas manos echaron la sangre y las entrañas despedazadas de los fusilados en grandes bateas, hasta desembarazar el lugar de aquellos estorbos para seguir la horrible matanza. Terribles crímenes se cometieron durante la lucha de la independencia, tres de ellos se tienen registrados en la Alhóndiga de Granaditas, dos cometidos por los insurgentes y uno por los realistas. El amo Torres en Guadalajara Don José Antonio Torres mejor conocido como “El Amo Torres” quien ha levantado un buen contingente en esa región, ha entablado luchas en diferentes partes de la Nueva España: vence a los realistas en Zacoalco, en un hora se derrotó al ejército conformado por españoles y sus hijos, estos últimos casi todos estudiantes, la crema y nata de la juventud de Guadalajara. Cayendo más de 300 por un ejército formado de indios y peones diestros en el manejo de arcos y hondas dirigidos por “El Amo Torres”. Entra a Guadalajara, desde donde propone al Cura Hidalgo se dirija a esa ciudad. Los jefes militares se enteran del avance de Hidalgo hacia Guadalajara, lo cual enfurece aún más a Allende, quien le había mandado decir en el comunicado que si se retiraba a Guadalajara seria visto como un acto egoísta de su parte. También se enteraban que el cura entregó algunos prisioneros a los indios, con el fin de que estos calmaran su sed de venganza pasándolos a cuchillo. De muchos es sabido que Allende tiene tiempo refiriéndose a Hidalgo como “El cabrón del cura”. Vista panorámica de Guadalajara Hidalgo llega a Guadalajara Hidalgo entra el día 26 de noviembre a Guadalajara con aproximadamente 7.000 hombres. Toda la gente sale a recibir al caudillo, bandas de música alegran la ciudad, que vive una verbena organizada en su nombre. Por la noche hubo un baile de disfraces en el mismo palacio de gobierno. Ese baile fue de gran escándalo para los habitantes de Guadalajara, primero porque la ciudad estaba de luto por la muerte de sus mejores jóvenes en Zacoalco y luego porque don Miguel Hidalgo, siendo sacerdote abrió el baile en persona. Pero lo que causó más sensación fue la llegada en coche a las puertas del colegio San Juan de un jovencito con uniforme militar, al cual se tomó como el mismo Fernando VII que escapado de Napo-demonio, llegaba a Guadalajara. Luego se supo que la persona era una joven que para poder caminar con seguridad y evitar los insultos de la tropa se había vestido de soldado. Corrió la voz de que era la hija, según algunos la amancebada según otros, de su Alteza Serenísima. Resultó ser una señorita de Valladolid cuyo padre había sido preso por los insurgentes. Fue con su madre a hablar con el cura Hidalgo, quien les ofreció dejar libre a su viejo en el primer poblado que se pudiera, para no contrariar a sus indios. La joven, Mariana Luisa dicen que se llama, decidió seguir al ejército con la esperanza de ver libre a su padre. ¿Sabes como le dicen ahora? ¡La Fernandita! Al estar Hidalgo en Guadalajara toma posesión del Palacio Real haciéndose nombrar “Alteza Serenísima”. Hoy convertido en Palacio de Gobierno y en el que Orozco pintó al caudillo incendiando al mundo con su antorcha. El día 5 de diciembre Hidalgo expide un decreto ordenando la devolución de tierras a los pueblos indígenas. El día 6 expide otro en contra de la esclavitud, las gabelas y el papel sellado. Firma nombramientos y conforma un gobierno provisional para manejar los asuntos de su competencia, además publican un periódico llamándolo “El Despertador Americano”. El día 11 de diciembre se le avisó a Hidalgo de que los españoles tenían preparada una conjura para sorprenderlo. Esto bastó para que sin más explicación, procediera a tomar disposiciones de extremo rigor, como antes lo hizo en Valladolid, mandando degollar a los españoles en el Cerro de las Beatas, y otras en el Barranco del Salto. Escribe Jean Meyer en su libro “Camino a Baján “condujeron a algunos a las Barranquitas de Belén y a otros al cerro de san Martín, a dos leguas de Guadalajara”. En el silencio de la noche, el torero Agustín Marroquín, un capitán llamado Vicente Loya Muñiz, el terrible ejecutor de los asesinatos de Valladolid, Alatorre y Vargas de Cotija. ( México a través de los siglos pagina 189), sacaban a los españoles del colegio de San Juan, y en el Seminario y de otros edificios en que estaban presos en grupos de 20 a 30 , los llevaban a las barrancas cercanas a la ciudad y los degollaban, sepultando luego los cadáveres en largas y profundas zanjas. Este horrible degüello principió la noche del 12 de diciembre y se prolongó hasta los últimos días del mismo mes. Y que según informes fidedignos pasaron de las 700 ejecuciones. Allende y Abasolo, dice el autor de “México y sus revoluciones”, hicieron fuertes aunque infructuosas reclamaciones para hacer variar de resolución a Hidalgo, que se mantuvo inflexible. Abasolo no se limitó a eso, sino que salvó a muchos proporcionándoles la fuga, a otros ocultándolos, y a dos arrancándolos de las manos de Marroquín cuando los sacaba para acuchillarlos. El rencor de Allende hacia Hidalgo se ha transformado en odio y la idea de envenenar al cura ronda por su cabeza, logrando conseguir veneno, que es dividido en 3 partes iguales, para que en la primera oportunidad, el señor Arias, Indalecio su hijo y el propio Allende, le dieran muerte a Hidalgo. A Allende le molesta sobremanera que el cura se haya tornado en el juez de la nación, que haya desvirtuado los conceptos de la revolución y el constante uso de la virgen de Guadalupe con la que abandera todo el tiempo la causa. La batalla del puente de Calderón Unos días antes de la batalla del Puente de Calderón se sabe que desde Zamora viene en auxilio del señor Calleja, el brigadier José de la Cruz, por lo que se le envía una avanzada al mando del coronel Ruperto Mier, para hacerle frente en el poblado de Urepetiro en donde es derrotado. La noticia de la derrota del coronel Mier a manos de los realistas descorazonaron a los insurgentes, quienes, tratando de adelantarse al enemigo, se apresuran y salen de inmediato al lugar en donde se llevaría a cabo la batalla y que es un llano que se encuentra en un lado del puente de Calderón. Dicho puente esta construido de un solo arco de cantera y que se usaba para cruzar el rió Verde. La gente va entonando cantos religiosos prestos a la batalla. 93.000 hombres y 95 cañones componen las 3 columnas del ejército insurgente. Calleja por su parte, conduce un ejército de 6.000 hombres y una decena de cañones. Las cosas parecen estar a favor del ejército insurgente, quienes por momentos creen estar seguros de que Calleja se rendiría y cambiaria de bando al ver tal muchedumbre. Durante el día 16 de enero se colocaron los cañones en los puntos que se creen más estratégicos y se distribuyó el ejército a lo largo de las lomas que se levantan detrás del puente y el llano que atraviesa el camino que lleva a Guadalajara. Al atardecer se ven a lo lejos los primeros hombres del señor Calleja. Marchan de manera perfectamente ordenada y a su paso ocupan posiciones en los cerros del paraje de la Joya. Allende considera imprudente comenzar una batalla a ciegas y prefiere esperar al día siguiente. Esa noche es de vigilia para ambos bandos. Al amanecer del jueves 17 de enero, todo estaba a punto; los cañones en lo alto de las colinas, parte de la infantería regular detrás de la artillería. Cientos de flecheros se colocan paralelos a los cañones en las faldas del cerro. En el llano que queda atrás del lomerío se coloca toda la multitud de indios armados con hondas y palos, al mando del cura Hidalgo. La batalla da inicio a las 9:00 de la mañana del mismo día. Era aquel un espectáculo impresionante, rugían los cañones desde las colinas, vomitando metralla, arrasando con todo a su paso. En determinado momento los realistas se ven obligados a comenzar la retirada. Hasta ese momento la suerte les sonríe a los insurgentes, pero Calleja ordena que los cañones apunten hacia la infantería de los insurgentes dando en los blancos perfectos. La columna al mando del brigadier Flon se enfrenta con las tropas del insurgente Torres, que se ven reducidas al poco rato, pero al final logran la huida de la caballería ante una tremenda lluvia de metralla propinada por los insurgentes. La situación esta dominada por los insurgentes. De pronto algo hace cambiar el curso de la batalla: una carreta llena de municiones colocada detrás de la batería de cañones explota inexplicablemente, haciendo que vuelen por los aires cientos de esquirlas que acabaron con la vida de muchos e hirieron a otros. El campo comienza a arder y la situación se vuelve desesperada para los insurgentes. Empieza una desbandada, indios corriendo desesperados, confusión que es aprovechada por Calleja, quien ordena a sus hombres abrir fuego contra los indefensos insurgentes, masacrando a cientos de ellos. La furia de los realistas se deja sentir sin miramientos. Calleja ordenó a su clarín tocar a degüello, y ensañándose la caballería con los que huían dejando el campo lleno de cadáveres. El Conde de la Cadena, aquel sanguinario Flon, cometió la imprudencia de alejarse demasiado de sus hombres en el ímpetu de la persecución, siendo rodeado por un grupo de indios que con lazos lo hicieron venir al suelo. Ahí lo mataron a golpes de pica y machete. Al día siguiente seria hallado su cadáver, que apenas pudo ser reconocido. La vida tiene azares, también tiene ironías: Flon era padre de dos hijos, ambos niños entonces. Cuando crecieron, los dos se hicieron insurgentes y lucharon por la independencia. La acción dura casi 7 horas, habiendo comenzado a las 9 de la mañana y concluido a las 4 de la tarde. Desde lo alto del monte se observa un número incalculable de cuerpos; el agua del río se ha tornado roja. El fuego se propaga rápidamente, convirtiendo aquello en un infierno repleto de cadáveres y heridos quemados. El paso del cruce es difícil por la cantidad de muertos apilados. La batalla ha terminado, los ganadores han sido los realistas. La mayor parte de los batallones se han retirado, inclusive el ejército de reserva al mando de Hidalgo, quien, siendo la cabeza del movimiento, debía esperar hasta el final. Tres errores graves comete Allende en este enfrentamiento. El primero es dejar que Calleja acampe con su ejército a corta distancia del puente de Calderón y que pase la noche sin ser atacado, cuando, a pesar de estar oscureciendo, es claro que los soldados realistas no tienen ningún abrigo. El segundo es que ha dejado que el enemigo coloque sus cañones y su artillería en mejores posiciones que los insurgentes. Mientras Allende coloca los cañones de manera horizontal en sus cureñas, impidiendo el movimiento en el plano vertical, por lo cual el enemigo calcula con tiempo la distancia que pueden alcanzar las balas y planea los movimientos que se deben seguir para evitarlas. Todo esto que se está narrando lo anota Calleja en sus memorias. Pero el error más grave es el que comete Hidalgo al abandonar a su gente. Ya en otras batallas había dado muestras de su poco interés por la lucha quedándose en la lejanía. Pero esta vez su retirada inmediata era imperdonable y los jefes militares de la insurgencia no lo pasarían por alto. Muerte del Amo Torres La mañana del 23 de mayo de 1812 los habitantes de Guadalajara presenciaron la entrada de una carreta que iba por la calle principal tirada por un buey y un asno, adornada por trapos de colores. Atrás de la carreta, casi desnudo, cubierto apenas con un astroso taparrabos, atado de manos, pero con la cabeza erguida en altanero gesto desafiante, caminaba un hombre hacia un patíbulo que se alzaba en la plaza. El hombre fue ahorcado. Luego su cadáver fue colgado en lo alto de un poste para exponerlo a la curiosidad de la gente por dos horas. Seguidamente los verdugos bajaron el despojo, y ante los ojos de la horrorizada multitud procedieron a cortarle la cabeza, que pusieron en una jaula de hierro en lo alto de la horca. Enseguida cortaron los brazos y las piernas, y los mutilados miembros fueron enviados a cuatro puntos diferentes para ser expuestos: El brazo derecho al pueblo de Zacoalco, cerca de Guadalajara; el otro brazo y las dos piernas a las tres garitas de acceso a la ciudad. Este hombre era don José Antonio Torres. Ranchero acomodado y administrador de una hacienda a quien sus hombres le llamaban “El Amo Torres”. Este 23 de mayo se cumplió una amenaza lanzada por el realista Villaseñor en un enfrentamiento en los inicios de la revolución. Al desdeñar una petición que le hizo “El Amo Torres” Avanzan rumbo al norte El ejercito insurgente marcha con rumbo al noroeste, para tratar de llegar a la ciudad de Aguascalientes a reunirse con las tropas de Iriarte y, más tarde, seguir rumbo a Zacatecas. Allende, que venia al final de lo que quedaba de la tropa, intenta alcanzar al resto de los jefes del movimiento, pues cree necesario realizar una reunión. La mayoría de los militares están muertos o heridos y la columna de hombres parece más de mendigos que de soldados. El día 20 de enero Calleja, al frente de su ejército, hace su entrada triunfal a Guadalajara. Tal como fue recibido Hidalgo en su momento, las fuerzas civiles y religiosas se vuelcan en amabilidades al grado de llamarle” Excelentísimo Señor”. Tiempo después Calleja sale hacia San Luís Potosí. Llegada de los insurgentes a Aguas Calientes Mientras tanto la columna insurgente llega a la ciudad de Aguascalientes en donde se incorpora Juan Aldama, a quien no habían visto desde su salida de Guanajuato. El cura Hidalgo sigue al frente y eso da tiempo para que los jefes militares Allende, Aldama, Arias y Balleza hablen del asunto que desde hace tiempo les preocupa, la destitución del cura Hidalgo del cargo de generalísimo. Acordaron que hablarían con él tan pronto llegaran a la hacienda de Pabellón. Hacienda de Pabellón En la hacienda de San Blas de Pabellón—ahora “Pabellón de Hidalgo, Aguascalientes,” A este lugar llega el Padre de la patria el 26 de enero de 1811. Fue tenso el encuentro con Allende y los demás jefes de la insurgencia. Todos lo culpan del desastre del Puente de Calderón por no haber oído la opinión de los militares y porque el ejército que él mandaba había sido el primero en desbandarse. Hidalgo llama a Iriarte y al torero Marroquín, para que estén presentes en la conversación. Allende armado de valor le dice que debe renunciar al cargo, le hecha en cara las atrocidades cometidas durante los meses de lucha, le hace responsable de las derrotas frente al ejercito realista y le advierte que no se le ocurra tomar represalias pues tanto el como sus hombres serán vigilados día y noche. Le exigieron que renunciara al cargo y lo entregara a Allende. Y cuando Hidalgo opuso resistencia a la demanda lo amenazaron que lo matarían de inmediato sino cedía el mando del movimiento a don Ignacio Allende. Hidalgo, así presionado, renunció a su cargo de Generalísimo y a los títulos que hasta entonces había usado. En seguida se le avisa que saldrán rumbo a Estados Unidos para comprar armas, organizarse y planear un regreso con batallas dirigidas y ordenadas, tal como él sabe que lo esta haciendo el cura Morelos en el sur, quien a pesar de contar con ejércitos de menor número, logra victorias por su adiestramiento y disciplina. Al terminar se da la media vuelta y sale con sus amigos. La destitución de Hidalgo no se hace pública, pues temen una rebelión por parte de los indios y, aunque aparentemente sigue manteniendo su autoridad, su posición ya no correspondía a la del líder principal. Hidalgo, Abasolo, Iriarte y Marroquín son puestos bajo la vigilancia de los hombres de Allende. El ejército camina lentamente hacia la ciudad de Saltillo. Los militares pretenden que con esa marcha lenta la tropa regular se restablezca y los indios se desesperen, cosa que logran, pues al conocer la distancia que han de recorrer comienzan a desertar. Informes y rumores de la insurrección en el norte El primer comunicado oficial que se recibió en esta parte del país sobre la insurrección de Hidalgo en el pueblo de Dolores, fue a través del gobernador del Nuevo Reino de León, don Manuel de Santamaría la tarde del 29 de septiembre de 1810, mensaje enviado desde San Luís Potosí con fecha del día 22 por el brigadier Félix María Calleja. Santamaría a su vez remitió copia urgente al gobernador de Coahuila teniente coronel don Antonio Cordero y Bustamante quien la recibió el día 30 de ese mismo mes Estos comunicados oficiales no tomaron por sorpresa a las autoridades de Saltillo, pues a solo una semana de haberse iniciado el movimiento se tuvo conocimiento del mismo el día 23, fecha en que se iniciaba la feria anual y a la que por cientos acudían mercaderes y visitantes de todas partes del virreinato. La población se veía repleta de visitantes. Entre los visitantes distinguidos se encontraba el gobernador don Antonio Cordero con su familia y un buen numero de subordinados, el obispo de Linares don Primo Feliciano Martín de Porras. Las noticias que trajeron consigo, aunque vagas o exageradas coincidían en una sola versión. Había ocurrido un levantamiento popular la madrugada del día 16 del mes en curso, y lo acaudillaba el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo. De inmediato el gobernador ordenó que se reunieran en Saltillo las tropas presidiales acantonadas en Monclova, la Babia, San Vicente, Aguaverde y San Juan Bautista del Rió Grande, así como todas las fuerzas civiles voluntarias que existieran en las poblaciones de Coahuila para dirigirse a San Luís Potosí. Urgía la movilización de tropas pero debido a las grandes distancias, la concentración de fuerzas tardó más de dos meses en realizarse. Durante ese tiempo, la intensa comunicación cruzada entre los cuatro gobernadores de las Provincias Internas hablaba, con temor e inquietud, de los avances y logros de las filas insurgentes y de la desesperante escasez de tropas, víveres, cabalgaduras y recursos en general para hacer frente a los sublevados Mientras tanto en Santiago del Saltillo A finales del año de 1810, Saltillo vivía una inquietante agitación por los informes de los triunfos militares de Hidalgo. La ansiedad aumentó cuando en noviembre llegó una gran caravana de refugiados de Matehuala, el Cedral y Real de Catorce. Entre la larga y desorganizada columna que entró a la ciudad aquel 13 de noviembre viajaban con sus familias ricos mineros y comerciantes, quienes en carros y bestias de carga transportaban sus caudales en monedas, joyas y barras de oro y plata a fin de depositarlas bajo la protección de las cajas reales y su tesorero don Manuel Royuela. Los refugiados traían alarmantes noticias de que San Luís Potosí había caído en manos de los rebeldes y que uno de los subordinados de Hidalgo se estaba preparando para marchar sobre Saltillo. Quien es Manuel Royuela Es un español nacido, en 1759 en el seno de una familia de hidalgos. De joven tuvo el cargo de secretario del guardián del fuerte de Acapulco y cuando la corona estableció, en 1792, una agencia de tesorería de Saltillo, para facilitar el pago a las tropas de las provincias del noreste, Royuela recibió el cargo de tesorero. En el año de 1798, Royuela se convierte en un miembro de la poderosa familia Sánchez Navarro al casarse, con María Josefa, hija de Manuel Francisco Sánchez Navarro. Las noticias que llegaban a Saltillo sobre los sublevados eran alarmantes por tal motivo Royuela toma la decisión a finales del mes de noviembre, de trasladarse a Monclova con varias recuas de mulas cargando en ellas poco mas de $ 300,000 pesos en barras de plata ,así como las caudales depositados bajo su custodia y el archivo de la tesorería Don Mariano Jiménez rumbo al norte Mientras tanto lenta y penosamente se arrastra otra columna insurgente con dirección a Saltillo. Atrás dejaron Charcas y Matehuala de donde han salido ese 28 de diciembre de 1810. Siete mil hombres y 28 piezas de artillería se pierden en un horizonte de polvo que levantan los cascos de la mulas y caballos, los carros con pasaje, con impedimenta o con cañones y los soldados de a pie que avanzan mecánicamente a través del día, sin otra aspiración, sin otro deseo que llegar al final de esa jornada y al próximo sitio de campamento. Al frente de las tropas se encuentran don Mariano Jiménez y Fray Gregorio de la Concepción. Jiménez nombrado por Hidalgo, teniente general de América, ha recibido la consigna de ocupar Saltillo y de extender la revolución por las 4 Provincias de Oriente, Coahuila, Nuevo Reino de León, Texas y Nuevo Santander, (hoy Tamaulipas) Termina el año de 1810 y con él, la suerte que hasta entonces ha acompañado a los primeros caudillos de la insurgencia. Quien era Fray Gregorio de la Concepción Pertenecía a la orden de “Los Carmelitas descalzos”. Su nombre era fray Gregorio Melero y Piña. Dicho carmelita había tenido contacto con Allende, Aldama y Abasolo aquel 19 de julio de 1810 en el pueblo de San Miguel el Grande y ese mismo día se reúne con Hidalgo en el pueblo de Dolores. El 26 de de julio de 1810 sale del pueblo de Dolores para dirigirse a San Luís Potosí con el encargo de preparar el terreno para la insurrección. Adoctrino secretamente a muchos criollos en esta ciudad. Era el confesor del realista más prominente de San Luís, el mismísimo Félix María Calleja. Asistió muy serio a aquella junta en la que Calleja pidió recursos para levantar un ejército y tan pronto salió este a combatir a los sublevados, fray Gregorio se levantó en armas, tomando el convento y puso en prisión a los monjes peninsulares y se apoderó de la ciudad de San Luís Potosí, casi sin derramar una gota de sangre A ese fray Gregorio, dueño de una audacia y astucia se le unió Jiménez para atacar la ciudad de Saltillo. Se preparan en Coahuila El gobernador Antonio Cordero tiene conocimiento de que una poderosa columna de insurgentes marchaba con dirección a Saltillo, ordena que sus reducidas fuerzas se sitúen a 25 kilómetros al sur de la ciudad, entre las haciendas de Aguanueva y San Juan de la Vaquería. El lunes 6 de enero los 700 hombres y seis cañones al mando del mismo Cordero avanzaron hasta el Puerto de Carneros donde se vieron de frente los más de 7.000 insurgentes y 16 piezas de artillería al mando de don Mariano Jiménez y del fray Gregorio de la Concepción. Enorme cabeza de águila que muestra la entrada de los Insurgentes en Aguanueva cerca de Saltillo Coah. Ruinas de Aguanueva Cordero inició los movimientos de despliegue de tropas, sus hombres desalentados ante la abrumadora superioridad del enemigo, sin haber un solo disparo, rindieron sus armas y corrieron a unirse a las columnas insurgentes. El gobernador tuvo que huir apresuradamente seguido muy de cerca por un grupo de rebeldes y soldados que momentos antes militaban a sus órdenes. La persecución continúo hasta a Hacienda de Mesillas donde se le capturo al día siguiente. Bajo la protección de fray Gregorio de la Concepción fue regresado a Saltillo donde Jiménez lo trató con grandes consideraciones. Vista panorámica de Saltillo El día 8 de enero los Saltillenses vieron con temor, entrar por la calle Real a las Huestes Insurgentes. Contra lo que se esperaba, debido a los rumores de matanzas y saqueos las fuerzas rebeldes se comportaron ordenadamente ganándose la simpatía de los pobladores de la ciudad que figuraba como entrada principal a las 4 Provincias Internas de Oriente. Calle Hidalgo y De la Fuente. En la parte alta de esta casa vivió don Pedro Aranda Don Pedro Aranda en Santiago de la Monclova Una de las primeras medidas tomadas por don Mariano Jiménez al hacer su entrada a Saltillo, fue nombrar gobernador por Coahuila al insurgente Pedro de Aranda, en sustitución del prisionero, teniente coronel Antonio Cordero y Bustamante. Era don Pedro un hombre de 67 años, rustico, bondadoso, muy buen jinete, manejaba toda clase de armas, particularmente la lanza que era en ese tiempo el arma favorita. Muy afecto a la bebida y a las diversiones. Llegó a Santiago de la Monclova el 13 de enero de 1811, con 500 hombres para ocupar el puesto de gobernador. Ocupando la casa de don Juan Antonio Villarreal de Cárdenas (Challote), cuyas piezas de arriba (segundo piso), fueron arregladas para que fuera la residencia de tan importante personaje. Dicha casa estaba ubicada en las cruces de las calles Garita y calle del Rastro (hoy en día Hidalgo y de la Fuente). Aranda nació en Comanja, pueblo de la jurisdicción de Lagos de Moreno y vivía dedicado a la agricultura en una pequeña hacienda de labor de su propiedad, denominada Penjamillo el Alto, cuando estalló la revolución de Dolores; uno de los numerosos agentes despachados por Hidalgo y Allende a reclutar gente para la lucha, el famoso Rafael Iriarte, lo convenció para que siguiera la causa de la insurrección. Aranda no era un hombre cruel, ni cometió excesos; sin embargo el gusto al baile y a las bebidas embriagantes fue la perdición de Hidalgo, como lo veremos más adelante. Llegada de Hidalgo a Saltillo El 24 de febrero de 1811 llegó un carruaje a Aguanueva, cerca de Saltillo. En el iba la esposa de don Mariano Jiménez. Llevaba la noticia de que dos horas después llegaría el señor Allende. -Relata fray Gregorio- que en su carruaje fue al encuentro de Allende y sus acompañantes. Al poco andar por el camino real descubrió el carruaje en que viajaban Allende, su hijo Indalecio, Abasolo y la esposa de éste, que llevaba un niño en brazos, juntos todos llegaron a Aguanueva. Como ya era tarde envió fray Gregorio un jinete a Saltillo para avisar a Jiménez que al día siguiente llegarían los jefes, y después de cenar y conversar un poco se retiraron los cansados viajeros a dormir. Al día siguiente, tras tomar chocolate a las 6 de la mañana, la comitiva prosiguió su camino hacia Saltillo. Llegaron a la hacienda de Buenavista en donde don Mariano Jiménez recibió a Allende y los suyos. Luego los jefes insurgentes entraron a saltillo. “Nos hicieron- cuenta fray Gregorio- una entrada como jamás la volverá a ver aquella villa. Esa noche Allende llamó a fray Gregorio y le encargo que prepara una casa para el cura Hidalgo, que viajó separado de ellos, pues no deseaba entrar de día a la ciudad. Escribe Catón en su libro La otra historia de México. ¡Que honda tristeza trascienden esas palabras¡ El camino de Hidalgo se había vuelto un vía crucis. Podemos imaginarlo solo, transido de melancolía, con el dolor de la derrota y la degradación, humillado hasta el punto de no querer entrara a Saltillo a la vista de la gente. Fue a esperarlo al camino fray Gregorio, y lo encontró una media noche, “con casi nada de gente” tan solo la que se necesitaba para custodiarlo, como preso que venia. Sigue contando fray Gregorio- Por el camino me fue contando el motivo de la perdida de la batalla del puente de Calderón, que habiendo sido ganada por nosotros se perdió por un equivoco, por cuyo motivo venia sumamente consternado y resuelto a renunciar. Yo procuraba consolarlo, y como a las 3 de la mañana entramos al Saltillo con el Mayor silencio” El cura fue alojado en la casa que había pertenecido al tesorero Manuel Royuela. Casa que habitó el Padre de la Patria del 5 al 16 de marzo de 1811, cuando estuvo en Saltillo. Hoy en día es una Funeraria, está ubicada en el cruce de las calles Hidalgo y Aldama Renuncia de Hidalgo Tiempo después, en un consejo de guerra, se hizo oficial la forzada renuncia de Hidalgo, quedando el mando dividido en lo político y lo militar, con el cual el cura quedaría unido al ejército sin ningún carácter, intervención o manejo de gente, Allende pasaría a ser capitán General con mando supremo de las fuerzas insurgentes. Por esos días llega a manos de Allende un comunicado del virrey, en donde se anuncia que las Cortes de España han decretado una amnistía general para todos los sublevados en la Nueva España. La respuesta de los jefes insurgentes fue la siguiente: el indulto, señor Excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la patria Ignacio Elizondo y Manuel Royuela Royuela llega a Santiago de la Monclova a finales del mes de noviembre, y al enterarse de lo sucedido el 7 de enero de 1811 en Aguanueva cerca de Saltillo decide reemprender la marcha y dirigirse a San Antonio de Béjar (hoy San Antonio Texas). Bajo la escolta de quince soldados al mando de un sargento, abandonó Santiago de la Monclova acompañado de su esposa y de sus 6 pequeños hijos y en algún punto del trayecto, encontró a las milicias habilitadas de Béjar y Álamo de Parras (hoy Viesca) al mando de Juan Caso y el Alférez Ignacio Elguezabal respectivamente, mismas que se unieron a su grupo, con lo que el numero de su guardia aumentó a casi 60 hombres. Entrada a Guerrero Coah. (Antes Río Grande) El día 14 de enero llegaron al presidio de Rió Grande (hoy Guerrero Coah) y el día 16 cuando se disponían a salir hacia Béjar, fueron asaltados por soldados de su misma escolta y por vecinos del lugar instigados por el teniente Antonio Griego, comandante del presidio, el excomandante del mismo, capitán Pedro Nolasco Carrasco, su yerno Francisco Ignacio Elizondo y el juez Salvador Carrasco. Asesinados los únicos cuatro hombres que le habían sido fieles, entre los que se contaba el alférez Ignacio Elguezabal, don Manuel Royuela fue despojado de $300.000 pesos en barras de plata y demás valores de la tesorería. Según documentos firmados por Elizondo a doña Josefa la despojó de 500 onzas de oro. Con su esposa y sus 6 pequeños hijos fue reducido a prisión. En el tiempo que estuvieron presos muere uno de sus hijos. En esta acción aparece por primera vez la controvertida figura del capitán retirado de milicias don Francisco Ignacio Elizondo. Elizondo nace el 9 de marzo de 1766 en el valle de Nuestra Señora de Salinas (hoy Salinas N.L.) fue el quinto entre 8 hermanos, hijo de Marcos Elizondo y Doña María Josefa Villarreal. Casa a los 21 años con María Gertrudis García Garza en Pesquería Grande (Villa de García N.L.). En 1798, toma en arrendamiento la Hacienda del Carrizal, jurisdicción de Lampazos, N.L.; durante este año y el siguiente el obispo Andrés Ambrosio Llanos y Valdez le presta una cantidad importante, tanto en efectivo como en ganado. (Para 1799 la deuda ascendía a $28,181 pesos) En diciembre de 1804 muere su esposa Gertrudis, dos años más tarde casa con doña María Romana Carrasco, hija del entonces comandante del presidio de Río Grande (hoy Guerrero Coah.) don Pedro Nolasco Carrasco. Por esas fechas se inicia un largo pleito entre don Ignacio y el gobernador interino del Nuevo Reino de León, don Pedro de Herrera, a quien Elizondo acusa ante el virrey de extorsión y contrabando. Acosado por las deudas y las amenazas de don Pedro de Herrera, quien con su influencia trata de enviarlo a prestar servicio militar a la provincia de Texas, y obligarlo a que cubra las deudas contraídas, Elizondo prácticamente huye a Coahuila y toma en arrendamiento la hacienda de El Álamo, propiedad de los hermanos Macario y Atanasio Vázquez Borrego. Para 1808, sin haber liquidado un solo real a los herederos del obispo Llanos y Valdez, don Ignacio contrae una nueva deuda. Esta vez con el cura de Monclova, José Miguel Sánchez Navarro, quien le presta $ 10,000. Pesos, para que adquiera de don Matías Joseph Ruiz de Guadiana, yerno de don Clemente de la Garza Falcón, las 46,828 hectáreas correspondientes a la mitad de la hacienda de San Juan de Sabinas. Desde esta hacienda y a partir de 1811, se desarrollarían gran parte de los acontecimientos que culminarían en el desastre de Baján. Días más tarde don Pedro Aranda es enterado de la captura del tesorero Royuela, y con la mitad de su gente se trasladó a Río Grande, donde los cabecillas le entregaron $ 125,000 pesos en barras de plata de los $ 300,000 que traía Royuela. Esta plata, que don Pedro seguramente pensó era la totalidad del botín, fue enviada a don Mariano Jiménez a Saltillo. Ruinas de la misión san Bernardo en Río Grande (hoy Guerrero Coah.)Construida en el año de 1702. Fotografía tomada en el 2004 Desde principios de febrero, Elizondo sostuvo varias entrevistas con el prisionero Royuela en Río Grande. El día 17 de ese mes, Don Ignacio y su hermano Nicolás le confiaron tener en preparación un plan que consistía en tomar por asalto el presidio, capturar al gobernador Aranda e iniciar la contrarrevolución. El tesorero les argumentó que lo más que se lograría seria una victoria local y les aconsejo posponer la acción en espera de una mejor oportunidad y de un golpe más productivo. El día 18 del mismo mes, Royuela y varios prisioneros fueron trasladados a Monclova por don Pedro Aranda y su gente. Los Sánchez Navarro y las juntas contrarrevolucionarias En el año de 1775 llega a ocupar el curato de Monclova un joven sacerdote llamado José Miguel Sánchez Navarro, descendiente de notables personajes que han participado en la fundación de Villas y presidios de la provincia de Coahuila. Él es quién mandó construir la parroquia de Santiago Apóstol en el año de 1776. Durante los siguientes 25 años el cura y sus hermanos Gregorio y Manuel Francisco, logran formar un productivo negocio en la cría de ovejas y comercio en granos, que les han llevado a adquirir cuanta propiedad rural se encuentra disponible. Para 1808 fallecidos los 2 hermanos, el hijo de Manuel Francisco, José Melchor, ocupa el hueco dejado por estos en la sociedad con el cura. Con la firmeza y vigorosa energía del joven sobrino y el apoyo incondicional de la influencia y relaciones del singular tío, se inicia la consolidación de una enorme propiedad que hacia la mitad del siglo XIX sería el mayor latifundio que haya existido en manos de particulares. Durante ese proceso, son por lo pronto en 1810, los hacendados más importantes en el centro y norte de Coahuila. Además, desde enero, José Melchor ha ocupado el puesto de alcalde de Monclova. Al enterarse los conspiradores de Monclova de que los principales cabecillas de la insurrección se hallaban a tan corta distancia, organizaron a fines de febrero una junta extraordinaria en la casa de don Benigno Vela, dicha casa estaba ubicada en las cruces de las calles Allende y Zaragoza, ahí se reunieron el cura don José Miguel Sánchez Navarro, don Melchor Sánchez Navarro sobrino del cura, Tomas Flores y su hijo Vicente, Ignacio Elizondo, José de Rábago, Rafael del Valle, Antonio Rivas, Macario Borrego entre otros. En ella acordaron enviar 2 espías, que fingiendo ser partidarios de la causa lograran infiltrarse entre los jefes insurgentes a fin de conocer sus intenciones. Por ordenes de José Melchor los 2 espías marcharon a Saltillo, el primero en salir fue Felipe Enrique Neri, Barón de Bastrop, aventurero Holandés dedicado al contrabando y muy conocido en las 4 provincias de Oriente. Días más tarde le siguió el capitán Sebastián Rodríguez, ocasionalmente agrimensor de las haciendas de los Sánchez Navarro era sobre todo, viejo conocido de los jefes Allende y Abasolo. Los 2 agentes llevaron acabo su misión brillantemente, no solo fueron bien recibidos sino invitados a participar en los más secretos planes de los jefes insurgentes. Una vez que los rebeldes acordaron viajar a los Estados Unidos en solicitud de armas y hombres para continuar la lucha, El Barón de Bastrop y Rodríguez les convencieron de tomar el camino de Monclova-- Río Grande en lugar del de Monterrey – Laredo y ofrecieron sus servicios como guías, sugirieron además informarle al gobernador Aranda la decisión tomada, para que este a su vez los esperara en una ranchería llamada Norias de Baján (hoy Acatita de Baján) con una fuerza de 150 hombres que los acompañarían hasta Monclova. En dicho lugar se encontraba una noria con fresca agua para los sedientos viajeros. En cuanto José Melchor tuvo conocimiento de los planes insurgentes y del día fijado para iniciar su salida al norte, se dirigió al valle de Santa Rosa a ultimar detalles con los jefes realistas que se encontraban prisioneros. En el trayecto llegó a las haciendas de su propiedad, “San Ignacio del Paso Tapado” y “Hermanas”, donde ordenó que se alistaran hombres, caballos, mulas, equipo y armas disponibles para trasladarse a Monclova tan pronto se le avisara. A su paso por la hacienda de Encinas comunicó las noticias a los |
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