Monclovita la Bella Historias Por: PROFESOR Manuel Limon Tovar
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![]() ![]() Frontera sin pavimentar década de los 30s calle Juárez esquina con calle Comercio Así luce hoy Frontera, primer década del siglo XXI Calle Juárez, sin pavimento década de los 30s Hoy calle Juárez de Frontera año 2004 Fotografía tomada en los primeros meses de la década de lo 70s Colonia Primero de Mayo Fotografía del 2010, en donde estaba el quiosco que se observa en la parte superior, colonia Primero de Mayo. Hoy una hermosa biblioteca Fotografía de la década de los 60s Esta fotografía se tomó en abril del 2010 Fotografía quizás en la década de los 60s Fotografía tomada en el 2010 Este antiguo edificio sirvió como presidencia al sector el Pueblo En la actualidad se encuentra la Escuela Francisco I. Madero Calle Hidalgo esquina con Allende en la década de los 30s Calle Hidalgo, mismo lugar pero en el año 2004 Calle Carranza al final de la década de los 60s Mismo lugar pero en el año 2004 Quizás esta foto se tomó en la década de los 30s A la calle Hidalgo y Allende Mismo lugar pero en el año 2004 Calle Hidalgo en la década de los 60s Mismo lugar pero en el año 2004 Pasando Allende rumbo a la telefónica Calle Hidalgo esquina con Abasolo en la década de los 70s Fotografía tomada al mismo lugar pero en el año 2004 Fotografía de la década de los 40s, ya no se observa el riel del tranvía Calle Hidalgo Fotografía tomada en la primer década del siglo XXI La misma calle Hidalgo llegando a la Logia Fotografía tomada en la década de los 20s, ya que aún se ven las mulitas jalando al tranvía Fotografía tomada al mismo lugar pero en el 2004 AHORA VAMOS A HABLAR DE TESOROS Tesoro de los Insurgentes En Castaños mucho se ha hablado acerca del gran tesoro que traían los insurgentes aquel mes de marzo de 1811, cuando llegaron a Norias de Baján. Según crónicas del Dr. Regino Ramón, eran grandes cantidades de dinero, (más de dos millones de pesos en monedas, barras de plata (la barra de plata se estimaba en cien mil pesos acuñados; la carga de reales equivalía a 3,000 pesos repartidos en dos sacos de mil quinientos cada uno; y el marco de oro igual a 8 onzas o 50 castellanos) y una gran cantidad de joyas, que llevaban hacia los Estados Unidos para la compra de armas y poder sostener la causa de la independencia nacional. Algunos dicen que los organizadores de la contrarrevolución fueron los agraciados, pero actualmente todo esto es un mito o leyenda, por no saberse exactamente a donde fue a parar aquel gran tesoro. Platicaba don Sostenes, mi abuelo, que el camino real a Saltillo había sido testigo fiel de todo esto y que contaban las gentes de la congregación Baján, que algunas de las grandes carretas en donde traían los insurgentes los tesoros, fueron separadas y quemadas, y sus grandes riquezas enterradas cerca al camino real entre Baján y la Hacienda de Castaño, para que estos tesoros no fueran a dar con los traidores contrarrevolucionarios. En una ocasión que don Sostenes andaba cazando en el monte, vio una gran lumbrada a lo lejos, lo cual le causó gran asombro; acercándose sigilosamente logró llegar hasta el lugar, en donde vio aquella lumbre, con gran asombro lo que encontró fue un gran nido de víboras de cascabel que dormitaban en el lugar, como guarneciendo algo. Esperó un largo tiempo a que las víboras se movieran del lugar, haciéndose tarde, ya que casi se estaba metiendo el sol. Se acercó al lugar y alcanzó a observar unas monedas esparcidas, las vio, tomó algunas y regresó rápidamente hacia Castaños, ya que para ese momento era ya casi de noche, pensaba que junto con su compadre se dirigirían al otro día al mismo lugar y podrían escarbar o hacer algo, ya que este hecho auguraba que en este lugar estaba enterrado un gran tesoro. Tal fue su mala suerte que al llegar a Castaños, las monedas se le habían perdido debido al traqueteo del caballo, ya que iba muy rápido, al llegar a su casa lo platica con gran tristeza con su familia. A pesar de todo, al día siguiente se fueron el y su compadre rumbo al camino real de Monclova, al sur de Castaños, a buscar de nuevo el lugar, el cual nunca encontraron con exactitud, dando vueltas y vueltas por el mismo lugar, no localizando el punto. Se dice en Castaños, que si encuentras algún tesoro escondido, tienes que llevártelo en ese momento, si no, es imposible que lo vuelvas a encontrar, más, si vas acompañado de alguna persona. Toda su vida mi abuelo platicó esta historia, la cual a muchas personas le causaba gracia y a otras les interesaba, ya que parte de estos grandes tesoros que traían los insurgentes nunca se supo a donde fueron a parar, quedando esta leyenda entre los habitantes de Castaños. En la actualidad, hay muchas personas que basados en esta historia, real o ficticia, siguen haciendo excursiones a lo largo del Camino Real, con la intención de encontrar el gran tesoro de los Insurgentes. Datos recopilados por el historiador Sostenes de Hoyos Martínez. El tesoro de Adjuntas Lucas Martínez Sánchez En el año de 1895, poco más o menos, llegó a la hacienda de Adjuntas, una dama que llevaba consigo un niño como de siete años que decía era su hijo y que eran originarios de Parras, viuda, según afirmó, de 28 años, simpática, esbelta, de piel morena y dueña de unos ojos garzos, que hacían palpitar los corazones de los hombres de la hacienda, destacándose por ser buena cocinera además muy diestra en la costura. La señora de la hacienda, esposa del alemán Fernando Karbe, por verdadera simpatía aceptó sus servicios colmándola pronto de consideraciones, pues era solícita en sus labores, muy hacendosa, limpia y discreta. Pasados algunos meses la dama se aventuraba los domingos en largos paseos por el campo, acompañada solo por su niño y regresaba invariablemente al caer la tarde. Un simple guaje de agua, como de un litro, era todo el bagaje que llevaban en sus paseos campestres. En cierta ocasión llegó a la hacienda un agente de máquinas de coser de la fábrica Singer, siendo en esos tiempos un verdadero lujo poseer una de esas maquinas; la señora de la casa compró una de riguroso contado y la dama misteriosa, mostró el deseo de adquirir otra, pagándola en pesos fuertes, con la consiguiente sorpresa de los empleados de la hacienda. Había allí un cuarto destechado y medio derruido, que habiéndosele solicitado a la señora Karbe, le fue cedido a la dama, y pronto puso quien techara con madera, reparando el resto de la pieza, quedando muy pintado y amueblado el cuarto, que quedó en forma modesta, pero decorosa, pagando todo de una sola vez, si dar antes anticipo. No tardó la dueña de la casa en hacer comentarios ante el mismo don Fernando Karbe, su esposo, pero el le dijo: es inteligente, apta, discreta y aseada como tú, no hemos notado que se nos pierda nada, por el contrario no ha cobrado sus salarios, entonces ayúdala para que no se nos vaya, pues me parece una joyita La señora Karbe oía todo con atención, pues lo que decía su esposo era cierto de cabo a rabo y en el fondo ella estaba contenta, pero le sorprendía los gastos que hacia su sirvienta, porque en realidad eran muchos. Ella como mujer, como ama de casa, tenía curiosidad por saber de donde venían aquellos dineros. Por otra parte, acontecía que tanto el administrador de la hacienda, el contador, así como otros empleados jóvenes, que a la hora del medio día, sentados todos a la mesa, no dejaban de mirarla, ella evitaba, de manera cortés y franca, toda alabanza obligando a que se le respetara como ella respetaba a todos. Dentro de la monótona rutina de la hacienda, pasaron 4 años de vivir en calendario reposado y lento. Ella seguía haciendo sus paseos vespertinos los domingos, no fallando ningún fin de semana, siempre acompañada de su hijito que había cumplido 11 años, ya leía y escribía. Un día, salió como era su costumbre, al campo con su hijo, pero al caer la tarde y luego la noche, no se le vio regresar, no causando extrañeza, porque muchos de los peones y sirvientes, después de cobrar su raya se iban a Monclova y regresaban hasta muy entrada la noche del domingo. Al no volver la misteriosa dama al casco de la hacienda, los amos revisaron de pasada su cuarto y vieron que ahí estaban todas sus cosas, y ante su ausencia la alarma empezó a cundir en la hacienda y rancherías cercanas: Agua del Indio, Las Vacas, Pájaros Azules, Hermanas, El Tulillo, en una palabra todo el mundo se puso en movimiento siendo inútil la búsqueda. Por la madrugada fue encontrado el niño, medio muerto de cansancio, hambre y miedo. Dijo que su madre no había vuelto desde en la tarde, que él la había estado esperando sentado en una piedra bajo de unos arbolitos, donde ella debía encontrarlo como siempre; le hicieron mil preguntas, pero todo fue inútil, repetía siempre que allí debía encontrarlo su madre y que al llegar la noche tuvo miedo, estuvo gritando y sólo le respondía el eco de su voz, Unos ruidos extraños lo obligaron a abandonar aquel lugar y temeroso de ser atacado por los coyotes se echó a correr por el campo abierto. El hacendado se hizo cargo del niño, quien desde aquella noche durmió en la casa grande, tiempo después lo envío a saltillo, donde fue internado en un colegio y nunca más se supo de él. Pasaron los días, las semanas se sumaron a los meses, la hacienda no varió su ritmo de vida, de trabajo y de actividad. Una tarde uno de los muchos vaqueros que allí laboraban regresaba de campear, iba por el Palmar, entre Agua del Indio y san Antonio de las Adjuntas, encontrándose un venado con enorme cornamenta y grande del tamaño de un becerro de dos años, buscó en los tientos de su montura la carabina, pero recordó que la había dejado en su jacal del rancho, puso al trote su cabalgadura y regresó con el arma, ahí estaba todavía el solitario venado, le disparó y el animal se fue herido hacia la falda de la serranía de la rata, el vaquero lo siguió por el rastro de sangre que iba dejando al borde de un arroyo muy profundo, precisamente entre los que nacen al fondo del cañón, al más amplio frente a las Adjuntas, de pronto entre dos palmeras, se paro en seco quedando horrorizado, al pie de una de ellas, estaba un esqueleto humano, sin duda el de la dama misteriosa, sus ropas convertidas en hilachos, estaban regadas, quizá por la devoracion de las auras y coyotes, ahí estaban también los restos del rebozo de colores vivos lleno de barro, de pronto los ojos del vaquero se fijaron en un extremo de aquella prenda, que aún permanecía bien atado, y que a las claras denunciaba contener dinero y en efecto al sacarlo y contarlo sumó trecientos pesos en plata y quinientos en piezas de oro. Se regresó de inmediato a la hacienda y le refirió al señor Karbe todo lo sucedido, el amo media el salón a grandes pasos y cuando el vaquero terminó de hablar le dijo: llévate el dinero, tu lo encontraste, ahora es tuyo y te pertenece, el hombre que ya había dejado atrás los cincuenta años, había pasado su vida eterna entre herraderos y domando potros brutos, su espíritu se había templado en el diario trabajo rudo, con el solo propósito de acumular año tras año más dinero, irguió la cabeza y dejó escapar un suspiro muy hondo, llevó su brazo a los ojos y enjugo con la manga una lagrima, quizás de ternura, tal vez de intima simpatiza… solo Dios sabe A los restos de la dama misteriosa se les dio sepultura en el panteón de la hacienda, el burdo cajón encerraba para siempre los huesos, sin mortaja, de una mujer que fue bella, joven y honesta, que tenía derecho a seguir viviendo y a disfrutar de una vida cómoda y feliz. Habían pasado cinco meses de su muerte y al fin la señora Karbe, decidió entrar a la humilde morada que aquella mujer había reconstruido, encontró todo en orden aunque con mucho polvo, ahí estaba la maquina Singer con la que la joven había confeccionado las cortinas de la casa grande, además encontró una castaña que guardaba las pertenencias personales de la desventurada mujer, y examinándolas se dio cuenta que bajo aquellas prendas había un doble fondo, por lo que, al ir retirando lo ahí guardado quedo maravillada de su descubrimiento, la gaveta estaba llena de bolsitas de mezclilla azul, nuevecitas, todas del mismo tamaño y revisándolas comprobó que contenían quinientos pesos cada una siendo sesenta saquitos en total, dando la suma de treinta mil pesos en Hidalgos de oro. Al llegar su marido y sin que nadie lo advirtiera, compartió su hallazgo, ambos sacaron todo y al mover la castaña, observaron un hoyo tapado con madera nueva, la que retirada por el amo, los puso ante otro nuevo escondite con más costalitos de monedas de oro. La hacienda que fuera la antigua misión de san Antonio de Padua de las Adjuntas, en 1698, fue vendida tiempo después con todo y ganado, muebles y enseres. Del alemán Fernando Karbe y su familia que emigraron lejos, no se tuvo jamás noticias. Varios dueños han tenido desde entonces la hacienda, ahora pertenece al nieto del general Bruno Neria. En busca del tesoro, muchas son las exploraciones que se han llevado a cabo por los alrededores de la sierra de la Rata, entre los arroyos se han hecho excavaciones descomunales siguiendo cualquier covacha o guarida de comadrejas o tejones, pero hasta hoy nada se ha conseguido, quedando intacto aun el secreto de aquella riqueza, pues la misteriosa dama de llevó a la tumba el origen y escondite del tesoro de Adjuntas. El oro de Monte Viejo Documento de Lucas Sánchez Un relato extraño y por demás fantástico, tuvo lugar al inicio del mes de octubre de 1918, cuando llegaron a Monclova dos súbditos españoles, uno de los ingenieros cuyo nombre no se recuerda, acompañado de un caballero de Barcelona de apellido Navarro, quienes presentaron al alcalde en turno sendas recomendaciones del ministro de hacienda y del gobernador del estado, a efecto de que se les brindaran todas las facilidades para una encomienda especial que los traía a Monclova. Ante tal petición se dispuso auxiliarlos con un experto guía de la localidad que era don Eligio Pérez además de algunos peones y mulas para transportar la carga. A los tres días de su arribo pidieron los españoles que don Eligio los guiara hasta la cueva de Los Antiguos, ya estando allí, el ingeniero tomó su teodolito y después de consultar un croquis muy antiguo que sacaron de un tubo de hojalata, prosiguieron la marcha adentrándose entre los cañones y confrontando puntos determinados sobre las estribaciones del cerro de La Gloria. Ya al mediodía el señor Navarro, ordeno parar y hacer campamento en la falda de una loma, dejando a la derecha de norte a sur, el arroyo de Monte Viejo. Después de una copiosa comida, de buena calidad, el señor Navarro dijo que todos los puntos de referencia en el croquis habían sido localizados y que en breve encontrarían una mina que había pertenecido a su difunto bisabuelo el marqués de Navarro, caballero castellano que habito Monclova hasta 1810, se decía que sus tesoros eran cuantiosos, pues recibían mes a mes grandes cantidades de oro y plata en tejas y barras, procedentes de Sinaloa, Chihuahua, Durango, Sonora, Zacatecas, san Luís Potosí, donde tenia sus fundos mineros. Al proclamarse la independencia de México, muchos potentados españoles se negaban a admitir que ese movimiento renovador, llegara siquiera al triunfar, ni a prosperar con el tiempo, pero bastaron unos cuanto meses para afirmarse la convicción de que estaban equivocados, para entonces ya era tarde y sumamente difícil sacar de México las cuantiosas riquezas acumuladas durante varias generaciones, pues la revolución insurgente crecía y crecía, como un volcán en erupción, y los españoles tuvieron que emigrar Más que de prisa, saliendo por el norte, con rumbo a los puertos más cercanos de la unión americana, pero antes de embarcarse, hubieron de enterrar lo más pesado de su tesoro entre las que se encontraba la de el marqués de Navarro consistente en varios millones. Para esconder esta riqueza, escogió los más recóndito de la serranía de La Gloria, a unos cuantos kilómetros al oriente de Monclova, en una vieja mina explotada entonces por el mismo marqués de Navarro, medio acondicionado para el fin que por último se le destinaba a sus bienes; durante varias noches condujeron, en una docena de mulas, el cuantioso tesoro de oro y plata que se iba acumulando rápidamente en las profundidades de aquel foso. Después de 2 semanas de agobiante acarreo, bajo las sombras de la noche, hubo de tomarse una decisión fatal, deshacerse de todos lo peones y del numero de mulas de cargas, que sirvieron `para cubrir aquel tesoro inmenso, que volvió por ironía del destino a su sitio de origen después de haber sido purificado por la mano del hombre. Después de un siglo, decía el sucesor del el marques de Navarro, venimos desde Barcelona, España a rescatar ese oro y esa plata, que hará rica a mucha gente. Hasta esos momentos, decía don Eligio el guía, supimos que estábamos ahí para buscar un tesoro fabuloso, que aquellos dos españoles llegaron a desenterrar cruzando el mar procedentes de España, y que durante 108 años había permanecido escondido ahí, tal vez a la vera del camino donde tantas veces pasamos de ida y vuelta, en nuestro diario trabajo de leñadores y pobres madereros, como también pasaron, ignorando este mito o leyenda, nuestros padres y abuelos. Apenas terminada la comida emprendió la búsqueda el sucesor del marqués, y decía que había que tener los ojos bien abiertos para localizar un boquete cubierto con piedra de monte, reforzado con un marco de piedra para evitar su caída, piedra que se amontono para disimular la entrada provocándose luego un derrumbe para dejar completamente cubierto aquel sitio y borrar todo rastro. Toda esa tarde se buscó en los relices y cañones, por la parte de arriba se exploraron las mesetas, regresando sin una gota de agua y notablemente agotados. Al día siguiente pensando el español que tendrían luz suficiente, enfilaron rumbo el puertecito y doblando al este tuvieron al cerro de La Gloria al frente, a la derecha divisaron una meseta vista desde el fondo del arroyo, en un reliz como de cinco metros, y al pie, caía al fondo del cañón, la señal era inconfundible, había un derrumbe de piedra como de quince metros de espesor, procedieron a bajar pensando que al estar entre la entrada tapada por el derrumbe, seria 25% para el fisco y sobraría para grandes donativos y gratificaciones, el tesoro es sencillamente colosal, decía el español, había poco dinero acuñado, comparado con las barras de oro y plata, de esto hay varias toneladas ¡ seremos muchas veces ricos que digo ricos inmensamente ricos!. Volvió a la carga con ahínco, pero el largo ir y venir, febril y agotante se iba perdiendo impacto y coraje, ya en la tarde se tomó un descanso, pues varias veces envío a los peones por agua al campamento que estaba a cinco kilómetros. Al ingeniero, tan pronto se le veía alegre y feliz, como fatigado y oralmente abatido; se habían explorado palmo a palmo 2 cañones atrás y tres adelante del punto localizado en el croquis, los cañones al pie del cerro de La Gloria, no tiene nada de abruptos, por el contrario son muy andables por personas no acostumbradas a subir y bajar por senderos y lomeríos, no obstante se encontraban tomando un descanso algo agotados y todavía peor, desmoralizados. Treinta minutos después llegó el señor Navarro y nos ordeno regresarnos al campamento, durante la cena le oímos: si mi bisabuelo no hubiese tomado ciertas medidas de seguridad, ya hubiéramos transportado hasta el cerro todo el tesoro, todos estuvieron de acuerdo que la elección del sitio no podía ser mejor pero si el croquis era fiel, se tendría quedar con el escondite como fuera, pues el guía y los peones conocían el lugar como el patio de su casa; Navarro comenta con todo detalle aquel croquis venía anotándose en los testamentos de su familia desde hacia tres generaciones y en ellos se hablaba de algo fabuloso en oro y plata, sin precisar cantidades en los testamentos, haciéndose agregados al calce para aplicación de la cuantiosa fortuna, que en línea directa pertenecía a los Navarro de otra suerte decía el heredero, seriamos tontos en emprender una larga travesía haciendo gastos algo serios, sobre todo expuestos a las bombas y minas submarinas que tiene a la gente pacifica en constante zozobra, y dirigiéndose el ingeniero a su acompañante le dijo: es cierto, vienes ganando haberes y agregados de cinco mil pesetillas de mes y todos los gastos pagados y dijo a todos, él lleva vela muy gruesa en el entierro, me alentó a que viniéramos a conocer Monclova y muy principalmente estas azules montañas muy hermosas pero muy avaras, porque se abstienen de hacernos confidentes de sus secretos. Amaneció el tercer día y la búsqueda se intensifico por todos los cañones y mesetas circunvecinas, la celeridad del paso fue disminuyéndose y los descansos se hacían más frecuentes, el tiempo voló y al octavo día las exploraciones se redujeron a cero, los guías se retiraron dos kilómetros en el campamento y el señor Navarro no quiso salir de su tienda desde la noche anterior, pues había consumido, dos botellas de coñac, en su cara antes alegre y optimista, animada siempre por sonrisas amables, se advertía claramente la huellas del cansancio, del abatimiento y del despecho, ya en la tarde, el señor Navarro ordenó levantar el campamento y volver a Monclova a donde se llego al filo de la media noche. La mañana siguiente fue recibido por el alcalde y después de cambiar los saludos de cortesía Navarro reventó: hoy mismo salimos para Saltillo y de ahí a Veracruz, para regresar a España, no hemos encontrado el tesoro. Más tarde, el alcalde se lamentaba de no haber pedido al señor Navarro, si no el croquis original, cuando menos algunos pormenores importantes y orientación, pues lo explorado abarca una área de diez kilómetros. Quedando en el más profundo misterio, perdido entre los cañones del cerro de la gloria y esperando a quien lleve mejor suerte, el fabuloso y rico tesoro de los Navarro. EL TESORO DE LAS GOLONDRINAS Jesús Medina Martínez. Mientras don Jesús veía pasar la gente hacia la última función del circo; en un rincón de la cantina Las Naves de Colón, tres hombres planeaban robar su casa esa noche. Era del dominio público, que don Jesús era hombre de dinero, a pesar del estilo de vida que llevaba; toda una vida de trabajo le había hecho acumular un respetable capital basado en la ganadería, a pesar de lo cual vivía solo, siete meses antes murió su esposa Adela, con quien no tuvo hijos. Cuando terminó su café, medio la silla donde solía sentarse al caer la noche. Era una costumbre de años acostarse antes de las diez, pero desde que se instaló el circo frente a su casa con toda su alharaca, venia conciliando el sueño muy tarde. En la madrugada de cuatro de septiembre de 1934, al amparo de la noche, seis sujetos brincaron la barda de la vieja casa; cuando el perro los detectó ya era demasiado tarde, con un golpe de talache lo mataron, sin que pudiera advertir a su amo. Con el mismo talache, cavaron bajo la puerta trasera por donde metieron a un muchacho que les abrió por dentro. Ya en el interior unos de los asaltantes levantó en vilo a don Jesús y amenazó con quitarle la vida si no les entregaba el dinero; al reconocer el viejo a sus agresores, tuvo la certeza de que moría esa noche, así les diera todo su dinero. Decidió no hablar a pesar de ser golpeado, por lo que, enfurecido uno de los maleantes le disparó a quemarropa a la altura de la quijada, el proyectil le destrozo la articulación, así como las partes blandas de la cavidad bucal. Lo anterior dio pie, a que se dijera por muchos años, hasta la fecha que le habían cortado la lengua. Pero no fue ese tiro que lo mato; recibió otro que le dio en el tórax atravesando el corazón. El 26 de enero de 1935 son detenidos seis sujetos como sospechosos del homicidio. Después de un largo proceso, solo tres de ellos son condenados a tres años de prisión. Hasta aquí, la historia nada tendría de relación con el tema que nos ocupa, este mes, si no fuera por los hechos ocurridos tiempo después en esta misma casa de la Estancia de San Juan Bautista. Por mucho tiempo nadie se atrevió a ocupar la casa, sabiendo de el horrendo crimen que en ella ocurrió; hasta que un joven en compañía de su madre decidieron rentarla. Se llamaba Ramón, era muy joven y el único apoyo de su madre. Un día de junio después de llegar de su labor, se sentó en la misma pieza donde mataron a don Jesús, mientras esperaba que su madre le sirviera la comida, se recostó y viendo al techo, prestó atención a la golondrina que hacia un par de días construía su nido en una viga del techo pegado a la pared. Entró llevando su pico el lodo con el que acostumbran para hacer sus nidos de una manera muy hábil, se apoyaba en el adobe donde descansaba la viga y unía este pedazo de lodo con los que trajera anteriormente. Al ver Ramón que la golondrina llegaba una vez más, oyó a su madre llamándolo de la pieza contigua, para que fuera a comer; le contestó que ya iba pero se entretuvo a observar como el ave pegaba un trozo más a su nido; al acercarse a la pared y posarse en el hueco entre vigas, con sus alas dejo caer un objeto que Ramón siguió con la mirada y que al topar en el suelo sonó como a metal. Al levantarse a verlo se sorprendió, ya que aquel objeto era una moneda de oro; de inmediato improviso una escalera y trepó a ver de cerca el nido y encontró junto al mismo seis pilas de monedas iguales a la que dejó caer la golondrina. En esa habitación el techo tenía doce vigas de madera y en los huecos situados entre ellas Ramón encontró más pilas de monedas. La cantidad exacta de dinero nunca se supo ya que Ramón se cuido muy bien de decirlo, pero la gente de la Estancia pensaba que era mucho ya que comenzó a comprar propiedades, que no podría adquirir con lo poco que ganaba trabajando la tierra. Ramón se vio favorecido por la fortuna y una golondrina, pero no se sabe si ese dinero perteneció a don Jesús o era de alguien más que había vivido en esa casa, ya que las monedas eran de principios de siglo, además don Jesús no tenia ninguna escalera para subir a guardar las monedas tan alto, esto aunado a que para cuando lo mataron ya era una persona mayor y muy achacosa; por lo que el dinero que los asesinos de don Jesús buscaban y sin duda existía, nunca se halló y tal vez esté aún esperando ser encontrado. El tesoro de Rancho Viejo Documento escrito por Horacio Domínguez Lara Corría el mes de octubre del año de 1810, y en la pacifica y floreciente población de san Buenaventura se recibía por primera vez la noticia del pronunciamiento del cura don Miguel Hidalgo y Costilla y un grupo de insurgentes a favor de la independencia de México. Su alcalde en turno don Antonio Rivas Bermejillo dueño de las haciendas de Santa Gertrudis, Rancho Viejo y San Miguel era un hombre activo, emprendedor, valeroso, muy católico y disciplinado, nacido en 1772 en Álamo de Parras. Por sus negocios y buenas relaciones familiares y políticas, se hace un buen amigo y compadre del Sr. Gobernador Antonio Cordero y Bustamante, los Sánchez Navarro lo distinguían con su gran amistad, y era compadre de don Ignacio Elizondo jefe de la campaña antirrevolucionaria en Coahuila, Nuevo León y Texas. Para 1811 la insurgencia ya había alcanzado el Estado de Coahuila (Saltillo) y el capitán Elizondo se preparaba para hacerles frente en esta región reuniendo gente para su defensa. Durante los días 15, 16 y parte del 17 de marzo de 1811, Antonio Rivas se reúne con su compadre Elizondo y el cura José María Galindo (sobrino de los Sánchez Navarro) en san Buenaventura para planear lo que vendría a ser, primeramente la toma de Monclova (18 de marzo) y posteriormente la aprehensión de los insurgentes el 21 del mismo mes en Norias de Baján (cercano a Castaños) Derivado de este importante pasaje histórico de Independencia de México, da inicio en San Buenaventura una de tantas leyendas de tesoros que han sido trasmitidas bien sea de padres a hijos, escritas en libros o impresas en aquellos programas o folletos, perdidos por ahí en alguna vieja castaña o armario, y que hasta el día de hoy no se sabe con certeza si verdaderamente existió el “ tesoro de Rancho Viejo” o por ahí continúa enterrado en espera de un experimentado buscador de tesoros para su descubrimiento. He aquí la historia tal como se relató en su momento por el doctor Regino Ramón. …Respecto a las cosas que como botín de guerra se les quitó a los insurgentes en el asalto de Baján, no se ha podido inquirir su paradero final, a pesar de las muchas pesquisas que se han hecho con este motivo. El efectivo recogido, que como se dijo era una gran suma (más de dos millones de pesos en monedas acuñadas) barras de plata y oro y una gran cantidad de joyas; no existe documento que justifique su inversión o ultimo destino. La voz popular ha asegurado siempre que la mayor parte de esos dineros quedaron entre los principales jefes percibiendo el erario una parte relativamente pequeña. Mi abuelo don José María Ramón, que para esa fecha contaba con 11 años, refería que en la misma tarde que entró Elizondo con los presos de Baján, los atajos de mulas siguieron por la calle Real hasta la plaza donde descargaron los arrieros las cargas reales (monedas, joyas) barras de oro y plata, formando una trinchera larga en la cuadra de don Ramón Muzquiz, y tan alta que les daba casi al hombro a los arrieros; y que en la mañana del día siguiente que volvió a la plaza, instigado por la misma curiosidad, ya no había absolutamente nada, asegurándose que todo el dinero lo habían llevado a la casa de don Tomas Flores, que quedaba por la calle Real donde hacia esquina con la del Ciprés para el sureste. Era voz popular que la mayor parte del oro, que eran muchos marcos, se repartió entre los principales autores de la contrarrevolución, tocándole a don Ignacio Elizondo la mejor parte, además de que mando furtivamente, del propio Baján, la noche del 21 de marzo, con su propio compadre don Antonio Rivas, un atajo de mulas y dos carros cargados con plata acuñada y en barras, que sin pasar por Monclova tomaron el camino que va por Castaños a Pozuelos, y de allí pasando por Nadadores, al “Rancho Viejo” de Santa Gertrudis, que era propiedad del referido Rivas; y donde se asegura, que fueron ocultados estos valores. Muerto el Capitán Elizondo de una manera trágica, quedó su compadre Rivas único dueño de ese cuantioso tesoro, que al fin ni él ni sus hijos pudieron disfrutar, debido a que falleció de una muerte repentina el 2 de agosto de 1820 y que no le permitió ni siquiera decir a su familia el lugar donde había ocultado tan inmensa riqueza. Lo que si se sabe de cierto, es que don Antonio Rivas fue en San Buenaventura el hombre más acaudalado y de mayor validez social en su época. El y su esposa construyeron la capilla de San José, que quedaba contigua y en comunicación con la parroquia de su pueblo, donando la imagen que es de talla y de regulares dimensiones, así como también 6 barras de plata “pasta” para que se fabricaran 6 candelabros grandes, un manifestador (pulpito), dos atriles para evangelio y epístola, un frontal grande, dos ciriales y una cruz alta, incensario con naveta(cofre), y una fuente con hisopo para asperges(rociador para agua vendita). Ordenaba además en su testamento que si no era suficiente la plata donada para su manda, él diría a su esposa de dónde se había que tomar lo que faltare; que dejaba $30.00 pesos para cada uno de las mandas forzosas y un día de agua en la Hacienda de Santa Gertrudis, para que quedando entre sus herederos tuviera la pensión de tres misas cada año a la patrona del rancho, y también $50.00 pesos para misas por su alma y al de sus padres y abuelos. …Con su muerte don Toño Rivas se llevó un gran secreto a la tumba, que ni sus propios hijos y parientes ni largos años de intensas búsquedas han podido dar con el tesoro de Rancho Viejo. La leyenda continúa en el año de 1900 A principios del siglo XX por todo San Buena se contaba una leyenda relacionada con lo relatado anteriormente, ya que el difunto Antonio Rivas dueño de la hacienda de Rancho Viejo (cerca de Santa Gertrudis) y poseedor del tesoro insurgente contaba además con una mina de plata que operó hasta su muerte (1820), y de la cual esta leyenda hace mención de una famosas barras de plata o plomo encontradas por un pastor de don Tiburcio Garza. …La majada la tenía establecida en la falda del cerro de Santa Gertrudis guiado por un joven pastor que ahí mismo vivía en su jacalito a donde su amo le llevaba el itacate cada dos días, por lo general. Una tarde como a las catorce horas el pastorcito acerco el ganado al río Nadadores que por ahí va su curso rumbo al noreste y para que sesteara. Ya descansado se retira del río, y al hacerlo, notó que le faltaban cinco cabras y se regreso a buscarlas, armado como siempre de un garrote para hacerlas “arrendar”, después de andar mucho, oyó balar en un mogote de mezquites que estaba cerca del cerro y se dirigió allá. Allí estaban amogotadas las cinco cabritas y se adentro hasta ellas y al llegar a cierto lugar vio un pozo como de unos dos metros de circunferencia, se acercó a ver si era una noria, pero se dio perfecta cuenta que no lo era, porque a esa hora la luz del sol penetraba hasta el fondo y vio que no era muy hondo y además tenia una vieja escalera de mezquite para poder bajar. Ni tardo ni perezoso, lo hizo y cual no sería su sorpresa que una vez en el fondo vio que existía un túnel de metro cuarto de altura y que unos pasos adelante estaban acumuladas unos lingotes que é considero de plomo por el peso. Salió de ahí, fue e hizo un amarre de fibras de pita y volvió a bajar para sacar algunos lingotes. Con miles de trabajos logró sacar ocho y arrastrando amarrados cada uno los llevó a la majada. Otro día en la mañana llegó don Tiburcio a traerle el itacate y otras cosillas al jacal y al ver los lingotes le dijo al pastor: Oye Lencho, donde encontraste estos pedazos de plomo. _ Ah, pos ayer que se acogotaron cinco chivas allá en aquel mogote que esta junto a unas palmas. Y le contó todo lo que ya dejamos narrado. _A ver, vente vamos a ver, si sacamos más pa venderlo a los que tapan vasijas con el plomo. _Gueno pos vamos. Tomaron directamente el rumbo del mogote de mezquites, llegaron y cual seria su sorpresa que no existía ningún pozo ni por sueños. _Oye Lencho me estas engañando, dime la verdad de donde lo sacaste. _Pos de ahí mero Don Tiburcio, mire, aquí están las hierbas apachurradas por donde me los lleve de dos en dos arrastrando. _Esto es cosa de brujería… Sabe Dios de que cosa mala será, vamos, voy a llevarme los pedazos de plomo esos para que bendiga el cura. Gueno, amito, como usted diga. Vamos a echarlos al expresito pa´ que se los lleve. Pasaron los días y el pastor contó todo esto que hemos narrado y días después los gamusinos y aficionados a los tesoros y a las minas andaban por el cerro tratando de encontrar la mina, pero nunca jamás la encontraron. Recientemente un viejo trabajador de Santa Gertrudis se ofreció a llevarnos a localizar la entrada de la mina de Rancho Viejo. TODO O NADA Bertha Alicia Quintero Camporredondo Cronista de Lamadrid, Coah. Hace ya muchos años (1824 aproximadamente) que La Sierra de Cristo, en la que también se ubica el cañón de Marqués de Aguayo fue asentamiento de aquellos primeros pobladores de La Madrid, antes Congregación del Rosario (llamada también Rancho Nuevo). Situada al lado norte de la población, sirvió durante muchos años como uno de los parajes favoritos utilizados como lugar de pastoreo del ganado, por lo tanto eran visitados diariamente por muchos pastores, que a fuerza de continuas visitas eran ya parte fundamental del paisaje y por supuesto de las historias que, a veces, ellos mismos inventaban jugando con la fantasía, para mitigar la soledad que vivían durante esos largos días que se pasaban en el campo sin más compañía que los animalitos que cuidaban. Entre ellos era común apropiarse de las diversas leyendas que, según contaban, narraban acontecimientos extraños que sucedían en cada cueva de la sierra. En una de esas montañas, cuenta la leyenda, existe una cueva en la que se encuentra un gran tesoro, que extrañamente nadie ha podido sacar. Se dice que es muy grande y se conforma no solo de monedas de oro, si no de joyas preciosas colocadas dentro de un gran número de costales. En una ocasión uno de los pastores se alejó más de lo acostumbrado buscando mejores parajes para su rebaño. Subió considerablemente la montaña hasta que a lo lejos diviso una cueva que curiosamente, a pesar de conocer cada palmo de la sierra, nunca había visto. Dejó a su rebaño pastando tranquilo, mientras él se dirigió a la cueva. Sigiloso y con un poco de miedo inicio la entrada. La oscuridad le impedía ver, sin embargó se llenó de valor y aunque tenía pasajes angostos, se adentro hasta llegar a una amplia sala en la que un brillo extraño lo deslumbró: descubrió oro y joyas preciosas en gran cantidad, algunas de ellas todavía en costales repletos y pesados. La impresión fue tal que repentinamente cruzó por su mente la idea de salir corriendo, pero pronto recapacitó pensando que esa podía ser la solución a todas sus carencias. Se percato que el tesoro era demasiado y no podría cargarlo todo el solo, así que pensó llevare una parte y cada día volver por un costal. Presuroso empezó a levantar uno de los costales, y cuando se dirigía a la salida, escuchó una voz tenebrosa que le decía: todo o nada. Asustado siguió su camino, pero seguía escuchando la voz cada vez más cerca, preso del pánico salio de la cueva y al día siguiente regresó repitiendo la misma aventura. De nuevo la voz volvió a escucharse, hasta que desistió de llevarse tal riqueza. Lo mismo le paso a varios pastores más ninguno pudo apoderarse del tesoro, pues era demasiado para cargarlo en un solo viaje. Cuenta la leyenda que la voz quizá pertenecía a la persona que en algún tiempo fue la dueña del tesoro y su avaricia no dejaba descansar su alma. Por eso la custodiaba sin permitir que alguien se lo llevara. El tesoro, según cuentan, todavía esta en esa misteriosa cueva que hasta ahora nadie ha podido encontrar. |
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